Vivencias desde un Estado en emergencia
Por Elided Hernández Acosta*
Durante las cuatro semanas que llevaba viviendo en Santiago -hasta el viernes 18 de octubre- y desde mi lógica mexicana, había percibido distintas cosas que me hacían pensar en Chile como un país que le gusta tener todo bajo control, así como de los altos costos que conlleva vivir en Santiago (transporte, comida, educación, alojamiento). La tarde del viernes y desde días anteriores habían estado ocurriendo diversas protestas debido al aumento de la tarifa del metro, las estaciones se llenaron de carabineros y se sentía la tensión en el ambiente. Me pareció una exageración tanta seguridad para jóvenes que llamaban a evadir la tarifa del metro.
Eran las ocho de la noche de ese mismo viernes en Parque Bustamante, se reunían pequeños grupos de personas con ollas y palas de madera, bloqueaban algunas calles y gritaban consignas en contra del aumento. En los alrededores de estación Baquedano había un grupo más grande de personas, barricadas y paraderos destruidos. Salí junto con mi compañero para unirnos con nuestras ollas a la protesta. Ahí fue cuando me di cuenta de la represión del Estado, fue la primera vez que corrí de los militares, de los chorros de agua y de las bombas de gas lacrimógeno que lanzaban. No esperaba lo que estaba a punto de suceder.
El presidente Piñera declaró estado de emergencia y toque de queda para Santiago y otras regiones, situación que no ocurría desde el fin de la dictadura. También dijo tres palabras que marcaron todo: “estamos en guerra”. El trasfondo de la situación no tenía que ver solo con el aumento de la tarifa sino con las desigualdades, el deficiente sistema de salud, los altos costos de la educación, las pensiones miserables, los bajos sueldos y el extractivismo por parte de empresas privadas. La gente salió a las calles a decirle a los de arriba que abrieran los ojos, que los voltearan a ver y los escucharan, que no justifiquen sus acciones con propuestas que no solucionan el problema de raíz. Los siguientes días los militares estuvieron armados y en las calles para “velar por la seguridad de los ciudadanos”. Las personas salieron armadas de una olla y una pala. La resistencia ha sido admirable, mientras que la represión y la violación a los derechos humanos no se hicieron esperar. El Estado ha cometido actos horribles que no se pueden olvidar ni perdonar, saber esto me llena de rabia e impotencia, entender que son capaces de todo por sostener su estilo de vida es lo que más me aterra. El sistema que defienden está podrido, pero no quieren aceptarlo, se aferran a él porque de ahí han obtenido todo lo que tienen hasta ahora. Sus riquezas y privilegios son a costa de la precarización de la vida de los ciudadanos. El modelo económico que ha llevado a Chile a ser el “oasis” latinoamericano está fracturado, ya no puede sostenerse.
He tratado de apoyar desde mis posibilidades el movimiento. Han sido días difíciles para todos, pero yo en unos días más regreso a México a la “normalidad” de mi vida, aunque les puedo asegurar que después de lo que he aprendido y me han enseñado, ya no podrá ser igual. Me llevo de las/os chilenas/os la fuerza de resistir y de luchar por la dignidad, por la vida. Deseando lo mismo para mi país y para Latinoamérica. ¡Fuerza Chile!
*Pasante mexicana en el Magíster de Hábitat Residencial INVI FAU