Que los medios mientan violenta

Por Luis Campos Medina

Académico Instituto de la Vivienda FAU Universidad de Chile

 

En estos días de movilización social, un tipo de frase que se ha repetido en los medios de comunicación, principalmente en la televisión abierta, ha sido aquel que califica a las manifestaciones de “pacíficas”.

En una breve síntesis, resulta posible plantear que el adjetivo “pacífica” fue empleado para generar un contraste respecto de los ataques recibidos por algunas estaciones de la red de metro de la capital y, luego, se proyectó para aludir distintas manifestaciones en las que se ponía en acción formas de violencia. A través de ese contraste, a lo largo de estos días se ha dado legitimidad a las manifestaciones “pacíficas” y se le ha quitado legitimidad a las manifestaciones “violentas”.

Más aún, el uso recurrente de la adjetivación “pacífica”,  ha operado de modo prescriptivo y moralizante, calificando los comportamientos realizados por las y los manifestantes y, al mismo tiempo, configurando una expectativa social respecto de las expresiones de descontento que tendrán lugar en el futuro. El propósito implícito ha sido desterrar cualquier forma de expresión “violenta”.

En este punto es que me parece relevante preguntarnos si acaso los medios de comunicación se han interrogado acerca de formas de violencia menos visibles que una fogata, o acerca de la violencia que ellos mismos ejercen. Dicho con palabras más adecuadas a lo que ha ocurrido en estos días en todo Chile: si acaso se hacen cargo de que la interpelación que está haciendo la ciudadanía también los involucra a ellos, en la medida que son parte de la élite del poder, o como dicen usualmente por televisión, del establishment.

Desde mi limitada perspectiva, considero que las formas de violencia que ejercen los medios de comunicación son variadas. A la luz de la coyuntura, me parece que vale la pena mencionar algunas que remiten al tratamiento de las manifestaciones ciudadanas y otras que tienen un carácter más estructural, pero que han jugado un rol importante en la versión que han dado los medios de comunicación acerca de lo ocurrido en los últimos días.

Sobre las primeras, me parece que la violencia se ha expresado de dos formas: primero, en el tratamiento sospechoso de cualquier expresión de descontento y de cualquier manifestante: cualquier persona que se exprese es un sujeto violento en potencia. Esa se ha convertido en la premisa del reporteo televisivo.

Segundo, en que esa premisa es tan potente que no ha cedido a la recurrencia y magnitud de las expresiones de descontento no violentas. Intentando ponerlo en las cifras que les gusta mencionar en televisión: no ha sido relevante que más de un millón de personas -repito, más de un millón de personas- se haya manifestado de forma pacífica, puesto que el tiempo de cobertura dado a los “sucesos violentos” luego de la concentración en plaza Italia ha sido enorme y no se condice con su magnitud.

Sobre las formas de violencia más estructurales considero relevante destacar tres. Primero, la violencia de no reconocer la desigualdad, que es la principal forma de violencia estructural indicada por la movilización ciudadana. Con esto me refiero a no documentar esa desigualdad estructural, a no entregar información disponible en diversas materias (como desigualdad en los salarios, asimetrías de recursos, inequidades territoriales, etc.) que permitiría contextualizar las manifestaciones de descontento. Esta forma de violencia, que no reconoce la violencia estructural de la desigualdad contextual flagrante, se expresa también, en la frase repetida hasta el hartazgo respecto de que la movilización ciudadana “no tiene petitorio” (¿acaso no hay demandas claras, precisas y potentes?).

Una segunda forma de violencia estructural, derivada de la anterior, remite a la monopolización del sentido común. Esto refiere a que el/la reportero/a se sitúa en la perspectiva abstracta de cualquiera de nosotros -de lo que más técnicamente han llamado un “otro generalizado”-, como encarnación de los valores y principios de cualquier ciudadano, cuando, justamente, lo que indica el movimiento actual es que durante treinta años no ha existido nadie que represente de forma adecuada sus necesidades, expectativas y aspiraciones.

Una tercera forma de violencia, menos evidente que las anteriores, pero que se sigue de ellas, es la de actuar como portavoces de la ciudadanía, como actores capaces de encarnar sus preguntas y sus inquietudes. Salvo los limitados momentos en que instalan secciones del tipo “la voz de la calle” (la calle, esa entidad abstracta, ese “monstruo imaginario” del que poco se sabe y al que todo se proyecta), el resto del tiempo hay poco reconocimiento de que se habla desde una posición muy peculiar, sustentada en la asimetría, el privilegio y, sobre todo, en un enfoque editorial que siempre quieren hacer pasar desapercibido.

La violencia de los medios no tiene que ver siempre con la mentira, como nos lo hizo saber hace décadas un lienzo instalado en la casa central de la Universidad Católica. Tiene que ver también con formas más sutiles de violencia. Con su moralismo al servicio de la élite, su tozudez, su descontextualización, su ingenuidad y su arrogancia. Es hora de exigir el atinar de los medios del establishment. Especialmente de la televisión. De ver gestos concretos. Y de actuar como lo han hecho muchas/os “en vivo y en directo”, desacreditando la imagen de “pacificación” y “escucha” que nos están vendiendo, porque no es otra cosa que una nueva forma solapada de violencia.

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