Entornos de reproducción de desigualdad de género: Una mirada desde las aulas y la ciudad

Por Carla Cáceres Saravia* y Michelle Cáceres Ledesma**

El pasado lunes 25 de noviembre se conmemoró el día internacional de la violencia contra la mujer. Entre las tantas manifestaciones que han marcado nuestro país durante las últimas semanas, la intervención del colectivo porteño Las Tesis, “Un violador en tu camino”, sonó fuerte y terminó por dar la vuelta al mundo con distintas manifestaciones alrededor del globo.[1]

En torno a las discusiones generadas por esta intervención, resulta necesario deliberar sobre cómo los distintos tipos de violencias y desigualdades se plasman en nuestras vidas cotidianas. Si bien la violencia física y psicológica logran evidenciarse con mucha fuerza debido a las macabras consecuencias que conllevan, existen una serie de elementos estructurales,  muchas veces ignorados, que aumentan las brechas de género a niveles inaceptables.

¿Cuál es el costo de ser mujer en un país como el nuestro? En nuestra experiencia, tanto las aulas como el espacio urbano son entornos de reproducción de la desigualdad y la violencia de género. Las brechas de género no sólo se encargan de limitar las distintas posibilidades y marcos de acción, si no que también condenan a quienes se encuentran en mayores niveles de vulnerabilidad a mantener esa condición de por vida.

En ese sentido, en ambos ámbitos podemos evidenciar elementos que afectan estructuralmente desde los inicios de nuestra formación como ciudadanas hasta la manera en cómo nos movemos y desenvolvemos en el espacio.

Por un lado, la Escuela como institución formal juega un rol preponderante en la formación humana y en el desarrollo de las potencialidades de los y las estudiantes. Sin embargo, carga con sesgo de género importante, especialmente en el área de las STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Dicho sesgo determina una brecha considerable entre hombres y mujeres, que se hace evidente desde octavo básico, acorde a los resultados de pruebas estandarizadas internacionales[2], y que se reafirma con fuerza en la trayectoria profesional, donde las mujeres corresponden a 1 de cada 4 de las matrículas en áreas STEM.

Dicho esto, es primordial poner el énfasis en lo que ocurre en la sala de clases y cómo eso se traduce en la brecha previamente mencionada. La evidencia[3] indica que las instancias de participación para las mujeres en la clase de matemática, por ejemplo, son menores que las de sus pares hombres y, más aún, dichas instancias, de manera intencionada por el o la docente a cargo, resultan ser de niveles cognitivos inferiores[4]. Las niñas en esta misma asignatura sienten menos confianza en sus propias capacidades de resolver problemas, además de no contar con modelos importantes a seguir y no porque no existan, si no que no se enseña de ellas (¿cuántas mujeres matemáticas conoces?¿De cuántas de ellas te hablaron en clases de matemática?). Sumado a todo lo anterior, deben cargar con el prejuicio de que la mujer no es intrínsecamente capaz para la matemática o las ciencias exactas en general, puesto que se ha asociado a la ciencia con la virilidad, y lo femenino estaría marginado de esta área del conocimiento, prejuicio que sorprendentemente sigue radicado en el inconsciente colectivo. Y en función de estos prejuicios, cada niño y niña hará, inconscientemente, lo que se espera de ellos y ellas. Esto, a todas luces, es coartar de oportunidades de crecimiento a las niñas en nuestras salas de clases, lo cual es tremendamente injusto.

Finalmente, los sesgos que marcan la educación de nuestros niños y niñas, culminan en la reproducción de estos prejuicios en los distintos ámbitos en los que se desenvuelven en el futuro, lo que incluye a los profesionales asociados al hábitat y al territorio, que finalmente producen nuestras ciudades. Y a su vez, de manera lamentable, estas visiones vuelven a entrar a las aulas, completando el círculo de reproducción de las brechas de género.

De esta manera, no sorprende que la ciudad, por medio de una serie de barreras, condicione la circulación y la apropiación del espacio público de manera segura y confiada por parte de muchas mujeres y prácticamente todo quien no calce con el estereotipo para quienes fue diseñado. La inseguridad que presentan ciertos espacios públicos, la falta de iluminación, el mal estado y mal diseño de espacios de circulación como veredas, pavimentos y espacios de accesibilidad universal, la violencia en el transporte público, entre muchos otros factores, hablan de una ciudad que no está diseñada para todos. Los ejemplos sobran. Diversos estudios indican que tanto los roles de cuidado como las necesidades asociadas al movimiento cotidiano en la ciudad no parecen estar en línea con la planificación urbana[5] .

Esto, además, se agrava al pensar no sólo en los elementos de la ciudad que generan brechas de género por las dificultades que agregan a nuestra vida cotidiana, sino que también en los espacios urbanos que terminan por posibilitar distintas instancias de violencia ya sea tanto por su diseño precario, como por su nivel de mantención y deterioro. El hecho de que el espacio público se preste como escenario para distintos tipos de violencia y abuso no es casualidad. Y aún en la era en que vivimos, siguen latentes las preguntas asociadas al horario, lugar y compañía de las afectadas en un espacio que debería ser diseñado para su confort y seguridad, sin importar horarios.

En general, sobran los cuestionamientos hacia la víctima y no se indaga en la preocupación por los distintos entornos que carecen de la neutralidad con la que se diseñan y terminan por ser los facilitadores de situaciones que afectan diariamente en distintos niveles la calidad de vida de millones de personas, y particularmente, mujeres.

Estos son sólo dos ámbitos, de los muchos que evidencian la reproducción de la desigualdad de género en nuestra sociedad. Existen una serie de prácticas, muy normalizadas en nuestro quehacer cotidiano que fomentan y reproducen esta brecha y que son necesarias de constatar, para poder marcar diferencias. Con esta columna, los invitamos a reflexionar sobre las distintas implicancias que tienen la manera en que nos desenvolvemos en la sociedad, en la formación y vida cotidiana de todos nosotros y a cuestionar, más allá de lo evidente,  los distintos prejuicios y sesgos que se encuentran profundamente arraigados en nuestra sociedad.

 

* Profesora de matemática

**Arquitecta, Estudiante de Magíster en Hábitat Residencial.

[1] https://www.cooperativa.cl/noticias/pais/manifestaciones/impacto-mundial-de-las-tesis-intervencion-un-violador-en-tu-camino-se/2019-11-29/190931.html

[2]https://www.conicyt.cl/blog/2019/07/22/chile-implementa-metodologia-que-mide-la-participacion-de-mujeres-en-stem/

[3] https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-22282016000200003

https://www.oecd.org/pisa/pisaproducts/pisainfocus/PIF-49%20(esp).pdf

[4]

[5] https://www.elmostrador.cl/braga/2019/06/08/paola-jiron-especialista-en-planificacion-urbana-la-ciudad-esta-pensada-para-un-hombre-que-va-a-trabajar-y-vuelve-a-casa/

 

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