#Encasa: Superestructuras del habitar en tiempos de Covid-19
Por Álvaro Sallés*
Vivir en Chile es sinónimo de un habitar resiliente, dado por las constantes y reiteradas emergencias socio-naturales que azotan a esta larga y delgada faja de tierra. Los habitantes de este país conocemos de cambios repentinos en nuestras vidas: un terremoto, una inundación, sequías, nevadas, incendios, tsunamis, etc., éstos son algunos de los fenómenos que al menos viviremos una vez en nuestra vida como residentes de este territorio.
Al reflexionar sobre cómo los habitantes somos capaces de reponer la cotidianeidad frente a estos altibajos que se nos presentan, es inevitable pensar en cómo funcionan las estructuras del habitar, que en su mayoría responden a un territorio determinado que genera una serie de condiciones a las cuales responde el ser humano, con su capacidad de generar un hábitat residencial que le permite vivir. Es en este contexto, simplificado en un territorio y a la capacidad adaptativa del ser humano, donde las personas comienzan a tejer una serie de redes y relaciones entre el ser humano y su entorno (físico y social) con lo cual va generando su experiencia de vida, por ello, el cuerpo humano es la primera frontera o unidad basal para el desarrollo de estas estructuras, cuerpo que es espacio donde la salud cuenta un factor vital.
Hoy, la evolución nos pone un desafío que surge desde el interior de este cuerpo-frontera: un nuevo Coronavirus. La COVID-19 es la enfermedad que provoca el coronavirus Sars-CoV-2[1], un virus microscópico, que es “invisible” al ojo humano, pero tan dañino que puede reproducirse hasta consumir la vida de una persona. Este virus ha encontrado en el cuerpo humano una fuente nutritiva de vida, un “hábitat” que le permite gestarse, desarrollarse y reproducirse. Como consecuencia, lo único que nos ha servido por ahora para detenerlo es aislarnos y evitar la propagación persona-persona.
Para combatir este virus, se han limitado los movimientos de las personas y se ha puesto “cuarentena” a zonas de la ciudad para evitar la propagación. En este punto, aparece nuevamente el cuerpo humano como espacio de contención y como frontera simbólica del contagio.
Hemos tenido que permanecer en casa, en nuestras viviendas, espacios donde desarrollamos estructuras sociales y personales para habitar. Estas estructuras tienen diversas escalas de acción: parten desde el cuerpo, y se extienden a lo largo de la vivienda, luego a los espacios comunes o intermedios y finalmente salen a la calle. Estas escalas al ser visualizadas como capas nos permiten entender la proximidad entre estas estructuras, si dos o más personas comparten un espacio de una vivienda, esas estructuras se amoldan a un espacio que ha sido elegido para habitar. Cada estructura está conformada por una serie de elementos que la reticulan: la historia personal, la experiencia cultural, la experiencia social, el mundo de las ideas y deseos, entre otros. Por ello, las personas representan esas estructuras, las cuales se van interrelacionando entre sí hasta generar sociedades.
Sin embargo, esta orden de quedarse en casa es una imposición que ha revuelto una estructura básica en las personas, donde las diversas percepciones personales que conlleva el imaginario de la vivienda como un espacio concebido para el descanso, distracción, intimidad y sociabilización personal, se ha visto alterada por la llegada de nuevas estructuras, por ejemplo, el teletrabajo o las clases online. Actividades que no estaban incorporados en estos espacios, ahora confluyen en la vivienda, obligando a la adaptabilidad de las estructuras que eran utilizadas en otros espacios.
Para lo anterior, el espacio ocupa un lugar importante, en donde ha debido cambiar también su significado y su significante. De esta manera el espacio se vuelve una red flexible de estructuras que interactúan dentro de él. El espacio finalmente empieza a sobrecargarse de usos que generan una superposición de programas que tensionan esta nueva estructura relacional.
Marc Augé[2] aporta una nutrida reflexión entre el lugar y el no lugar. Para ello recorre un análisis de la relación que existe entre el “espacio” y las “prácticas” que se dan en éste, lo cual genera una serie de cargas simbólicas que convierten a ese espacio en un lugar. Por ello es válido preguntarse, ¿Cuáles son esos simbolismos que estamos aportando al espacio en el que vivimos y cuáles son estos nuevos lugares que han generado una metamorfosis no sólo en nuestras viviendas, sino en nuestras propias estructuras internas?
En estos momentos de COVID-19, donde en un solo espacio se tensionan los diferentes lugares que ahí se manifiestan, la propuesta de Augé puede ser una vía para comprender los elementos de esta superestructura en la que se ha convertido la vivienda, siendo presionada a dar todo lo que puede como estructura del habitar para las personas que ahí conviven.
Sin dudas esta enfermedad será una más de los altibajos que se presenten en la vida de este pequeño país llamado Chile, donde se extreman los recursos creativos que brotan desde la emotividad de las personas y que son las que nos permiten generar actos como: la resistencia, el apego y la adaptación que sustentan la vigencia de la estructura del habitar resiliente. Estos recursos creativos son entendidos como procesos que brotan desde la emotividad producida por la carga que generan los diversos fenómenos que tensionan a los individuos y que, una vez aceptada o resistida, permiten la aparición de un apego al lugar que propicia el desarrollo de adaptaciones que permiten que ciertas prácticas cotidianas desaparezcan y otras nuevas se desenvuelvan.
[1] Fuente: Pagina web de la Organización Mundial de la Salud, visitada el 11-04-2020: https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019/advice-for-public/q-a-coronaviruses
[2] Marc Augé. (1992). “Los “No Lugares” Espacios del anonimato Una antropología de la Sobremodernidad”. Barcelona, España: Editorial Gedisa, S.A.
* Estudiante de Magíster en Hábitat Residencial, Universidad de Chile
Felicitaciones por tu columna Álvaro, creo que la pregunta “¿Cuáles son esos simbolismos que estamos aportando al espacio en el que vivimos y cuáles son estos nuevos lugares que han generado una metamorfosis no sólo en nuestras viviendas, sino en nuestras propias estructuras internas?” es central y clave para entender estas nuevas dimensiones que se abren tanto en el espacio habitado de la vivienda, como en los procesos de intersubjetividad que estamos experimentando hoy en día debido a la pandemia.