Segundo lugar convocatoria de columnas 2019: ¿Qué es un parque?

Por Jesús Reinoso

La más sencilla de las preguntas siempre contiene la potencialidad de desafiar a nuestro sentido común. Al interrogarnos ¿Qué es un parque? de inmediato emergerán un conjunto de representaciones sociales que nos informarán respecto a la extensión de su territorio, los colores asociados a su paisaje, los elementos físicos que están contenidos en su espacialidad y las actividades al aire libre que allí se realizan. Se puede diferir en aspectos puntuales, encontrar algunas sutilezas, pero lo cierto es que manejamos una noción general de lo que es un parque y que dicha noción no es problematizada desde su articulación conceptual. Incluso el sentido práctico de la perspectiva institucional, encarnado en el poder de cualquier gobierno municipal o regional, se sirve de esta idea general para diseñar funcionalmente; delimitar territorialmente y darle un único sentido a esa realidad recortada del espacio llamada parque.

Me decido realizar un pequeño ejercicio etnográfico por un parque del centro de Santiago. Comienzo mi caminata de forma lenta para capturar aquellas escenas que me resulten más relevantes. Es un día domingo y en todos los espacios del  parque es posible divisar una alta presencia de personas que realizan distintas actividades: hay deportistas que corren con rostros sudorosos, familias que se deleitan con un generoso picnic, amigos que no paran de reír con latas de cerveza semi ocultas en sus mochilas. Nada fuera de lo común. Sin embargo, de pronto veo a un grupo de inmigrantes que entona un cumpleaños feliz alrededor de una niña morena que lleva un vestido blanco. La imagen me resulta muy singular pues el espacio en que se encuentran ha sido decorado meticulosamente con cintas y globos rosados. En medio de dos árboles se encuentran desplegadas un conjunto de letras que dicen “Feliz cumpleaños”. Deben ser alrededor de tres familias centroamericanas. Las niñas y niños que cantan llevan puesto gorros de cumpleaños, y miran con ansias la torta con velas encendidas que sostiene uno de los adultos del grupo. Todo ha sido decorado para la ocasión.

Si entendemos el habitar, en palabras de Angela Giglia, como la capacidad humana de interpretar, reconocer y significar el espacio, es posible afirmar que el deportista que corre, la familia que está de picnic, los amigos que se divierten y los inmigrantes que celebran el cumpleaños de una niña, habitan el parque de un modo distinto, cada uno desde la singularidad de su experiencia y la particularidad de su cultura. Sin embargo, entre todas estas prácticas, la celebración del cumpleaños- y la forma ritual en que se lleva a cabo- es una forma de habitar que se escapa a los usos convencionales del parque.

Vemos en este caso que la domesticación del espacio, a través de la simbolización del entorno- nuevamente utilizando la conceptualización de Giglia- ha ido un paso más allá que las prácticas anteriormente nombradas. Cabe preguntarnos entonces ¿Qué significado tiene el parque para los inmigrantes? ¿Constituye la extensión del hogar?

Continúo mí recorrido por el parque, la gente va y viene de un lugar a otro, el paisaje se me presenta aún más colorido que hace unos momentos, formas humanas y no humanas van saliendo a mi encuentro mientras me esmero por ser un observador lo más anónimo posible. Casi de modo espontáneo, la gente ha ido poniendo en el suelo manteles en los que colocan diversos productos para vender: Ropa, discos, libros, cuadros, adornos, antigüedades, peluches, mis ojos buscan con curiosidad y placer algo que les interese. El humo de los carros de comida se empieza a expandir por todo el sector, los vendedores de helados no se quedan atrás y gritan con más fuerza para que sus productos no se queden invisibles entre los demás. El parque se ha transformado en un verdadero mercado.

Lo que más llama mi atención es que  debajo de todo ese caos, efervescencia y algarabía con que intento describir la ola de comercio que se produce en el parque, pude visualizar las regularidades de un orden moral sorprendente. La gente que iba instalando sus manteles en el suelo nunca resolvió las diferencias por el espacio de un modo violento, por el contrario, hablaban con calma, conocían al vecino que les había tocado y, en no pocas oportunidades, pude ver como la resolución de litigios terminaba en risas. Pareciera como si todos los vendedores improvisados hubiesen conocido las reglas del juego de antemano. Del mismo modo, los comerciantes ambulantes siempre respetaban sus espacios, guardaban silencio cuando otro ya estaba vendiendo con anterioridad, y se informaban de inmediato cuando había sospechas de la presencia policial. El comercio callejero tenía su propio lenguaje, códigos, normas y modismos que funcionaban rayando la perfección. Ocupando un concepto de E. P Thompson, me fue posible presenciar el verdadero despliegue de una economía moral. En este sentido, el parque para algunas personas es habitado y significado como un espacio de venta e intercambio, un lugar donde realizar actividades que contribuyen a la subsistencia.

A medida que va atardeciendo y la luz natural comienza a extinguirse lentamente, veo sobre los pastos las primeras carpas de las personas que pasan sus noches en el parque. Hay de distintos tamaños, colores y condiciones. Algunas son tan sencillas, que parecieran pertenecer a algún viajero que ha decidido tomarse una pausa en su recorrido, en cambio, otras están montadas de tal forma que no dejan dudas que se trata de un asentamiento que lleva un buen tiempo.

Entre los transeúntes que caminan por el parque y pasan cerca de las carpas, logro distinguir tres tipos de miradas: las de curiosidad, las de espanto y quienes simplemente las ignoran. Por mi parte, al observar a las personas que entran y salen de las carpas, al verlos ordenar sus cosas e improvisar pequeñas fogatas para la cena de esta noche, me pregunto si el concepto de estigmatización territorial, elaborado por Loïc Wacquant, logra una comprensión de la complejidad de su situación. Porque, por una parte son personas que están estigmatizadas por el territorio donde viven (el parque, el espacio público, la situación de calle), sin embargo, tengo la sospecha que los procesos de su identidad deteriorada-utilizando el concepto de Goffman- vienen desde antes del emplazamiento de su carpa. Por otro lado, ¿Cómo es que el concepto de estigmatización territorial atrapa el nomadismo que muchas veces practican estas personas? Los que hoy están viviendo en el parque, puede que mañana levanten su carpa en las afueras de un edificio céntrico o la facultad de una universidad; puede que en un futuro estén en un albergue o algún familiar se los lleve a un barrio no estigmatizado.

¿Qué es el parque para los inmigrantes que celebran el cumpleaños de una niña, o para las personas que lo ven como un lugar de trabajo, o para quienes viven en este espacio? Desde mi parecer, cada uno de estos grupos, con su particular forma de habitar, va configurando su propia atmósfera de sentido en el lugar que ocupa, en este caso, en el lugar que ocupa de un parque. La atmósfera de sentido no solo tiene que ver con la experiencia individual – subjetiva e íntima- que una persona vive al habitar un lugar o un espacio determinado, sino que, principalmente, con la participación que realiza con otros en la construcción simbólica y material de ese habitar. En las atmósferas de sentido están presentes tanto la racionalidad instrumental como las emociones humanas. Dicho con otras palabras, le da cabida tanto al cálculo económico de las personas que venden sus productos en el parque, como a los sentimientos más profundos de quienes identifican al parque con su vivienda. Un poco más allá, el canto, la música, y el propio sentir de los inmigrantes hace volar el techo y las paredes de una casa. No necesitan de la realidad material de una vivienda para crear su propia atmósfera de sentido en un pequeño rincón del parque.

Concluyo mi caminata. La mirada aguda y profunda que proporciona la herramienta etnográfica me permite ensanchar mi horizonte conceptual y normativo respecto a una posible respuesta a la pregunta que estructura esta columna. Un parque es mucho más que una realidad físico territorial del espacio público. El ocio, el deporte y la recreación, están lejos de tener el monopolio de su sentido.

El parque, desde su dimensión socio cultural, es un lugar en permanente construcción por una diversidad inagotable de actores. Las atmosferas de sentido se van sucediendo unas a otras a lo largo de su extensión, y son capaces de transformar al parque en cualquier momento en un mercado, en un patio o una morada. En el revés de la organización racional del espacio, siempre se dejan ver las huellas del enigmático habitar humano.

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