La Villa de Nos-Otros

Por Alexis Urzúa

Desde el año 2017 hasta marzo del 2019 realicé mi memoria de pregrado en la comuna de San Felipe, Región de Valparaíso, específicamente en la Villa 250 Años. Esta villa, en realidad, comprende cuatro villas creadas en distintos momentos y bajo distintas políticas de entrega de viviendas sociales: la Villa Industrial (1984), la Villa 250 Años (1992), la Villa Renacer (1993), y Villa Sol Naciente (2000).

Los mecanismos de postulación a vivienda social y creación de barrios de viviendas sociales -entre los cuales podemos enumerar: la manera de acceder al programa, la espera por la entrega, la consideración del residente y el diseño de las viviendas, entre otras- generan diferencias entre vecinos y vecinas pertenecientes a distintas agrupaciones, indistintamente si están emplazadas en un mismo territorio o próximo. Este asunto no tendría por qué ser algo negativo si se lo mira desde el sentido de la apropiación del territorio, el asunto es que acá estas diferenciaciones han alimentado y normalizado una serie de discursos estigmatizadores que forman lo que podemos denominar el “estigma territorial”. Así, la Villa Industrial se conocería como las palomeras, por la forma triangular de sus casas; la Villa 250 Años como las comeycaga, por ser producto de las viviendas progresivas -cerco delimitador, cocina y baño-; la Villa Renacer, que iba a ser la segunda etapa de la Villa 250 Años, prefirió cambiarse el nombre para no ser las comeycaga 2; y finalmente la Villa Sol Naciente aparece como un conjunto de viviendas entregadas a personas en situación de calle y/o con nula posibilidad de ahorro.

El estigma territorial es algo que recae, no surge ni se crea desde adentro. Se caracteriza por perseguir a los habitantes de un territorio en su cotidianidad, lo que empuja a los vecinos y vecinas a tener que generar estrategias para acceder a trabajos y para poder socializar con vecinos y vecinas de otros barrios. Por otra parte, los estigmatizadores son aquellos que reproducen un discurso y pueden difundirlo, naturalizando argumentos que normalizan las problemáticas que existen en un territorio. En este caso, los discursos reproducidos por la prensa local y los actores territoriales municipales lograron naturalizar al territorio como un refugio de indeseados.

El año 2015, luego de prácticamente 35 años de abandono político-social, el Programa Quiero Mi Barrio comienza a trabajar en la villa. Lo primero que hicieron fue cambiarle el nombre al barrio, como estrategia para resignificar el territorio, articulando tácticas con la prensa local y el transporte. Así nacen Las 4 Villas. De este modo se buscaba que, en primer lugar, los colectivos y los taxis quisieran ir a dejar pasajeros a la villa para luego modificar el discurso estigmatizador. En este aspecto es necesario indicar lo siguiente: el cambio de nombre fue presentado a los vecinos y vecinas como estrategia para eliminar el estigma territorial, pero esto fue ficticio porque para hacer un cambio real tenían que pagar la reinscripción; la prensa local alimentó una suerte de doble personalidad sobre el territorio, pues por un lado seguían siendo la 250 donde existía delincuencia, y por otro eran Las 4 Villas donde se hacían intervenciones sociales.

Revisando el manual del Programa Quiero Mi Barrio es posible ver cómo su intervención se limita al espacio público, la infraestructura y la vivienda, desprendiéndose de los problemas sociales que existen en los barrios. La orgánica social que formulan reproduce la generación de comités, con la idea de que una vez que los interventores se retiran, los vecinos y vecinas serán capaces de postular a fondos públicos y autogestionarse, volviéndose concursantes. Retirándose los interventores, se retiran los convenios junto a la prensa local y los actores municipales vuelven a sus roles públicos generales. En mis entrevistas consulté al editor del diario local, a actores municipales y vecinos y vecinas sobre qué tan efectiva creían que había sido la intervención y la respuesta siempre fue la misma: seguirá igual que antes.

Entre medio de estos abandonos me vi estudiando la incorporación a la villa de los nuevos vecinos y vecinas haitianos, acompañados por los antiguos vecinos y vecinas. Ellos y ellas les buscaban casas adentro de sus villas o en otros barrios, preocupándose que no les cobraran de más; se compartían datos de trabajo; se acompañaban a los centros de salud en caso de que alguno haya sufrido algún tipo de ataque producto del racismo cotidiano. Nada de esto vio el Quiero Mi Barrio ni el municipio, pues lo importante no era lo de adentro, sino lo que se veía, o tal vez lo que se vaya a ver cuando el mercado quiera concretar su interés inmobiliario.

¿Cómo seguiremos entendiendo los problemas en los barrios de viviendas sociales? ¿Quiénes son los interesados en las intervenciones de los espacios públicos? ¿Cómo hacer un tipo de intervención social que comprenda las dinámicas locales y su historia?

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