#Encasa: Los que viven la ciudad: el ser joven de la periferia urbana

Por Vanessa Acevedo Jalil

El exceso de estímulos visuales y sonoros que consumimos en estos días, generó en mí la búsqueda de libros que llevan arrumbados en la biblioteca, y encuentro un extraño poemario que hipnotiza a quien lo lee; donde el prosaísmo y la ironía cuestionan lo existente y recuperan la palabra en realidad.

“Un joven de escasos recursos no se da cuenta de las cosas.

Él vive en una campana de vidrio que se llama Arte

Que se llama Lujuria, que se llama Ciencia

Tratando de establecer contacto con un mundo de relaciones

Que sólo existen para él y para un pequeño grupo de amigos.” (1)

En este extracto de “El Túnel” de 1954, Nicanor Parra da paso para hacerme experimentar sensaciones simpatizantes y de reflejo; por lo que abstraerse en ocasiones de la realidad no ha sido un escenario favorable para mí, perteneciente al grupo de jóvenes profesionales provenientes de  zonas periféricas.

Los jóvenes profesionales que hemos crecido en la periferia, somos el resultado de la relación existente entre la demanda social y la oferta universitaria, comprendiendo su participación, a raíz de la expansión urbana y clases sociales con mediano poder adquisitivo. Intuyendo esto, Trow en 1973, plantea los problemas de la elite en la transición a la educación superior masiva, mencionando que el enfoque era de instruir a grandes grupos en habilidades técnicas y profesionales, al contrario que a las clases dominantes, todo esto para adaptar los cambios tecnológicos y sociales que se desarrollan en las ciudades, convirtiéndose hoy en día como obligación para algunas familias, el estudio universitario. (2)

Entonces, ¿Quiénes somos?

Somos los que tenemos la posibilidad de adquirir bienes que nos habilitan para aprovechar los nuevos canales de movilidad e integración, consiguiendo acercarnos a la calidad del conocimiento y el capital social; caracterización referida a los “jóvenes en carrera” en el informe de Filgueira y Kaztman (3). Somos los que tuvimos acceso a la enseñanza y el mundo de los letrados, los que nos ilusionamos en un sinfín de posibilidades del futuro, los que buscamos la integración e inclusión con un nuevo ideal de trabajo y proyectos, los que desarrollamos lo que otros tienen el lujo de delegar, somos disidentes, los que hemos sido expuestos a las vicisitudes del sistema y buscamos la reinterpretación o desintegración de este. Somos los que utilizamos la ciudad como parte del aprendizaje diario y los que nos movilizamos en ella, los que aprovechamos el viaje diario para hacer la mayor cantidad de actividades, los que utilizamos el transporte público o los que somos capaces de cruzar una ciudad en bicicleta, los que intentamos tener conciencia ecológica y colectiva, los que recorremos y normalizamos las distancias de viaje en tiempo y no kilómetros, los que nos vinculamos con el funcionamiento de la urbe, es decir, los que vivimos la ciudad.

Aunque esto cae en la idealización del ser jóvenes. Y eso es lo que nos conviene ahora, la abstracción del ser jóvenes profesionales provenientes de sectores periféricos, porque nos volvemos multifacéticos y nos hemos adaptado al espacio en que vivimos, nuestras casas.

Y ¿Cómo vivimos?

Residimos en viviendas pareadas, adosadas, colectivas, hacinadas y algunos en unifamiliares, por lo que apropiarnos de nuestra morada se encuentra bajo condiciones naturales, sociales, culturales, físico-espaciales y temporales, que son transversalmente influenciadas por el sistema afectivo en función de lo vivido; estas condiciones se vuelven rutinarias, por lo que este espacio tiene que responder a condiciones óptimas para desarrollarse en él, ser habitable. Sin embargo, donde vivimos es lo contrario, hemos tenido que ser flexibles, adaptar salas de estar como oficinas, comedores como escritorios, habitaciones como zonas de producción, entre otras funciones, muy por el contrario a lo que entendemos por habitabilidad. Esto último, ha quedado al descubierto en medio de la crisis de esta pandemia y evidenciando aún más la desigualdad en el habitar chileno.

¿Qué podemos hacer?

Sabemos que el sistema y lo que hemos vivido hasta hoy está en crisis, no obstante seguimos habitando territorios y adaptando viviendas; la juventud que desde su fuerza comunicativa, conciencia y lucha social trabajamos en silencio y que con el conocimiento y la experiencia adquirida, tendríamos herramientas para hacerlo. Es por esto que surgen dudas sobre si los jóvenes crecidos en la periferia debemos tomar un rol en los cambios que la ciudad necesitan, en este caso, los arquitectos, por lo que ¿a quién le corresponde tomar el rol para mejorar las condiciones de viviendas actuales? ¿El estado? ¿Las instituciones? ¿Somos nosotros? ¿Qué es lo que debemos hacer para mejorar la calidad de vida en nuestros territorios? Si es de nuestra responsabilidad intervenir e influir en nuestro hábitat, ¿cuál es la brecha que nos impide alcanzar metas y beneficios colectivos? Por lo demás, qué debemos hacer para que la romantización de la cuarentena sea digna para todos los ciudadanos.

 

  • Parra, N. (1954). Poemas y antipoemas. Santiago, Chile: Nascimento.
  • Trow, M. (1973). Problems in the Transition from Elite to Mass Higher Education. Carnegie Commission on Higher Education. Berkeley, CA, EEUU.
  • CEPAL. Oficina de Montevideo PNUD, Filgueira, C., & Kaztman, R. (Eds.). (1999). Marco conceptual sobre activos, vulnerabilidad y estructuras de oportunidades (Ed. rev. ed.). Montevideo: CEPAL.

 

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