El Derecho a la Vivienda y la Ciudad como “crítica radical”.
Por Carlos Lange Valdés*
El derecho a la vivienda y la ciudad constituye en la actualidad una de las demandas más relevantes en el campo urbano-habitacional en Chile. En torno a ella convergemos diversos movimientos sociales urbanos, ONGs y fundaciones, organizaciones políticas y centros académicos, lo cual supone una amplia diversidad de experiencias, perspectivas e interpretaciones.
Esta diversidad constituye, sin lugar a dudas, una de sus principales fortalezas. En torno al derecho a la ciudad y la vivienda en Chile convergen demandas como el acceso a una vivienda adecuada, la existencia de ciudades igualitarias, un desarrollo urbano sostenible, la participación de la comunidad en las plusvalías generadas por la acción del Estado y la posibilidad de disfrutar del patrimonio cultural y natural, entre otras. En este sentido, la demanda por el derecho a la vivienda y la ciudad constituye una invitación hacia la promoción de una “crítica radical”.
La “crítica radical” se fundamenta en las propuestas desarrolladas por el sociólogo francés Henri Lefebvre en su clásica obra El Derecho a la Ciudad. En ella el autor le confiere especial relevancia a la práctica de “habitar”, la cual posee una especificidad y complejidad desde la cual pueden extraerse dos consideraciones fundamentales: por una parte, ella sustenta una importante crítica al racionalismo-funcionalista predominante entre los urbanistas y arquitectos europeos de la segunda mitad del siglo XX, la cual es perfectamente extensible a buena parte de sus pares latinoamericanos de la actualidad, principalmente a aquellos reconvertidos en productores de políticas; por otra parte, ella expresa también una propuesta sociológica orientada a rescatar las dinámicas de la cotidianeidad presentes en los habitantes como elementos constitutivos de las ciudades.
La importancia asignada por Lefebvre al “habitar” constituye una valorización de la cotidianeidad como ámbito de la creatividad. Lo paradójico es que esta capacidad que poseemos los habitantes muchas veces resulta, paradójicamente, invisible a nuestros propios ojos.
En la perspectiva del autor, la “cotidianeidad” se reproduce a través de la indisociable relación entre creación/repetición. La primera alude a la “renovación incesante” de las personas y se expresa por ejemplo en el nacimiento y formación de los hijos, o en la formulación de nuevas ideas y proyectos desarrolladas por las generaciones más jóvenes; la segunda se hace presente y se manifiesta a través de gestos tan leves como levantarse a la misma hora cada mañana, prepararse un café, atravesar las mismas calles hasta el paradero de buses o tomar el metro siempre en la misma estación y posiblemente acompañado por las mismas personas cada día, entre otras.
Lefebvre nos invita a observar esta constante transición entre creación/repetición como el ámbito donde se fecundan muchos de los cambios y las transformaciones sociales. Es justamente en ella donde surgen muchas de las tensiones y conflictos asociados a la dinámica entre producción y reproducción, y por ende donde tiene desarrollo la creatividad, la ruptura de la inercia y por ende, la promoción incluso de una revolución.
Uno de los aspectos más preocupantes del sistema neoliberal, particularmente expresado en el campo urbano-habitacional, ha sido su capacidad para instaurar y promover una racionalidad que asocia la vivienda, los espacios públicos, la recreación e incluso las relaciones de vecindad como bienes de consumo, cuyo acceso queda supeditado al esfuerzo individual, a la capacidad de pago y por cierto, a la competitividad. Y es justamente esta racionalidad la que invisibiliza y desvalora la capacidad creadora de los habitantes presente en sus prácticas de habitar.
La demanda por el derecho a la vivienda y la ciudad no solo es una demanda por una vida buena para todos los habitantes. Es también una oportunidad para observarnos a nosotros mismos y a nuestros pares en nuestras prácticas de habitar, visibilizando nuestras constantes rutinas de creación/repetición y valorando hasta los aspectos más mínimos de nuestra cotidianeidad como parte de aquella capacidad creadora que nos convierte en productores de nuestro hábitat.
En tal sentido, la demanda por el derecho a la vivienda y la ciudad es también una invitación hacia la “crítica radical”. Más allá de las proclamas, la “crítica radical” implica abrir vías de exploración respecto de nuestras propias cotidianeidades, promoviendo un ejercicio constante de visibilización y reconocimiento de nuestra capacidad creadora y el constante aprendizaje sobre las prácticas sociales de nuestros pares, expresión de sus nuevas y diversas formas de habitar.
Una columna muy interesante para ayudarnos a entender que no somos simple consumidor de la ciudad pero actor de ella y que contribuimos a su evolución. Que todas nuestras prácticas urbanas son el aceite que hace que los distintos elementos de la ciudad funcionan entre ellos puesto que tal como lo comentaste en tu texto la racionalización es algo que deshumanisa por lo que son nuestras prácticas que le da su alma a la ciudad y hay que valorizarlo y revindicarlo . El sistema liberal tiene tendencia a reducir todo al nivel de ecuaciones pero se lo olvida, pensando que hemos perdido la facultad de interpretar lo que vivimos, que sin nosotros seres crítico y creativo, les faltaría el elemento que permite rellenar las brechas. Devolvemonos ese orgullo de ser constructores de catedrales y revendicamos fuerte nuestro rol en todo eso.