De despertares, perdigones y cegueras
Por Luis Campos Medina*
“Chile despertó”. Está escrito en muros, pancartas y camisetas. El pueblo lo grita en la calle, en las marchas y las concentraciones. Lo afirma y lo sostiene en los cabildos auto-convocados. “Oh, Chile despertó. Despertó, despertó, Chile despertó” se corea y se salta al modo de una gigantesca barra de fútbol a lo largo de todo el país.
Sí, Chile despertó y eso tiene consecuencias. Las personas están abriendo los ojos y están reaccionando. Están comentando con otros y dándose cuenta de las variadas formas de abuso a las que han sido sometidas a lo largo de estos treinta años de letargo democrático y de otros tantos de brutalidad dictatorial. Despertar a 30, 47 o 478 años de abusos equivale a darse cuenta de que el trato normal al que estábamos habituados está marcado por la violencia.
Sí, violencia. Se ha dicho hasta el cansancio, pero parece que es necesario repetirlo una vez más: la violencia no tiene sólo la forma de un piedrazo y una barricada. La violencia también adopta la forma de una liquidación de sueldo, de una boleta de farmacia y de un pasaje de metro. Es en reacción a esas violencias -y otras también cotidianas- que Chile despertó.
Cruel ironía que ese despertar intente ser aplacado a punta de perdigones. Esos ojos que se están abriendo a la esperanza de una sociedad más justa, son brutalmente cerrados por disparos que buscan reinstalar el terror y el espanto, para así aplacar el avance del reconocimiento y el ímpetu del actuar conjunto. El despertar es tan grande, masivo y bullente que han sido andanadas de perdigones las que han sido lanzadas para destruir los ojos de cientos de compatriotas. Como lo ha titulado una nota de la BBC Mundo, se trata de una verdadera “epidemia de lesiones oculares”.
Al 8 de noviembre, de acuerdo a la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador, hay 151 pacientes con trauma ocular severo. Hoy, 9 de noviembre, circula por redes sociales la información de un joven que ha perdido sus dos ojos a causa del impacto de perdigones. En esas mismas redes se habla de otro hombre que habría perdido ambos ojos, solo que esta vez a causa de un lumazo.
A pesar de la magnitud de estas cifras y de lo desolador de estas historias, muchas de las personas afectadas por el impacto de perdigones en sus ojos no se han devuelto a sus casas, sino que, en un acto de valentía suprema, algunas de ellas han salido nuevamente a las calles a ejercer sus derechos y a exigir cambios.
Esa ceguera o semi-ceguera causada por mutilación, contrasta con otra ceguera, más nefasta en sus consecuencias y cuya causa no es un disparo, sino que una atrofia sensorial progresiva: la de la clase gobernante.
En efecto, usualmente a los políticos se les acusa -y también se acusan entre ellos- de miopía. Pero a la luz de los hechos actuales esa “metáfora” es insuficiente. Cabe plantear una hipótesis de otro calibre, emparentada con las ideas que plasmó Pedro Lemebel en ese memorable texto suyo “El Incesto Cultural del Familión Chileno”: una atrofia sensorial severa, que involucra el sentido de la vista, pero también sordera aguda y la pérdida de cualquier olfato político, a excepción del oportunismo.
La ceguera de la clase gobernante -o atrofia sensorial aguda, como aquí la he llamado- es otro efecto de la violencia. Una violencia normalizada y que funciona por inercia. Una violencia que se expresa en la represión, pero que también aparece en la letra chica de los anuncios presidenciales, en los llamados a la normalidad (normalidad de 301 lucas, de miedo a la jubilación, de temor a enfermarse…) y en ese constante llamado a condenar la violencia sin hacerse cargo de la que cotidianamente ponen en marcha ellos mismos. Sí, la clase gobernante parece no ser capaz de despertar a su propia violencia.
*Académico Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile
Gracias por compartir esta columna! Muy certera. Lo peor es que la ceguera sigue siendo una epidemia.