Memoria y olvido
Por Daniela Cea Sáez *
Pienso en la memoria como algo que está velado, algo que hay que trabajar para darle lugar en la palabra, en las vidas y en los cuerpos. Provengo de lo que, creo, es una familia chilena típica; familia de huachos, de madres solas, de padres postizos, de apellidos prestados, donados, cedidos. Una familia nada excepcional, pienso ahora. Detrás de ventanas con visillos blancos calados y cortinas beige, se han acumulado un sin número de sobreentendidos, inferencias y, lo que con el tiempo cala más hondo, un número importante de omisiones. ¿Cómo puede la memoria encontrar lugar en un paisaje de omisiones? ¿Quién o qué cosas activa a la memoria para que aparezca?
En mi caso fue un televisor, un artefacto montado intencionalmente dentro de un museo, hace 13 años. Recuerdo que recientemente se había inaugurado el museo de la Memoria y de los Derechos Humanos ubicado en Av. Matucana, Santiago. Tenías ganas de conocer el edificio nuevo y me inquietaba esa sombra apenas develada que era la dictadura chilena. Me recuerdo frente a una pantalla que sin cesar iba mostrando rostros en blanco y negro de detenidas/os desaparecidas/os. Nada asombroso hasta el momento para mí, cientos y cientos de rostros pasaban con rapidez en la pantalla. Mujeres, hombres, la mayoría jóvenes, te miraban en blanco y negro en postura formal (me imagino que fueron recortes de fotos familiares, ¿cómo podrían saber ellos que, décadas después, iban a estar aquí, posando frente a una generación apática y difícil de impresionar?). Ya aburrida, me alejo de la pantalla, y en ese momento de reojo veo una combinación de apellidos debajo del rostro de un detenido, que me hizo retroceder y, en un acto reflejo, tocar la pantalla para que se detuviera el loop: CEA FIGUEROA, decía. Los apellidos de mi abuelo paterno. Voy hacia una especie de fichero virtual donde se pueden encontrar más detalles de los detenidos desaparecidos y cuando encuentro el nombre completo, no puedo creer lo que está frente a mí: era el hermano de mi abuelo, de quién mi padre tomó su nombre. La ficha decía lo siguiente:
Fuente: Informe Rettig
Categoría : Antecedentes del Caso
Entre el 13 y el 16 de septiembre de 1973 se producen varias muertes y desaparecimientos ligados a la presencia de detenidos en el Estadio Chile.
HERNÁN CEA FIGUEROA, 38 años, obrero textil, militante comunista.
El afectado fue detenido el 11 de septiembre en su lugar de trabajo, Textil PROGRESO. Desde allí, junto a otros trabajadores arrestados, fue conducido hasta el Estadio Chile. El día 15 de septiembre, a raíz de un altercado que tuvo con un uniformado que lo custodiaba, fue ejecutado por efectivos de Carabineros, en el mismo recinto. Su cuerpo fue encontrado un mes después por su familia en el Cementerio General.
La Comisión se formó la convicción que Hernán Cea fue ejecutado al margen de toda legalidad por agentes del estado, constituyendo ello una violación a sus derechos fundamentales. Se basa dicha convicción en que la acción de ejecutarlo estuvo basada en un altercado entre el detenido y uno de sus guardianes, que no existió un ataque de aquel contra estos, y que, cualquiera que hubiese sido la acción del detenido, no existe justificación para que se le diera muerte al margen de toda ley.
Al terminar de leerla me sobrecogió el pecho. Un sentido de historia aterrizó de golpe en mí. Era la vida mundana y ordinaria que se entrelazaba con la historia social de un país; nunca había tenido esa experiencia.
Hernán Cea Figueroa, hermano de mi abuelo paterno, fue asesinado durante los primeros días del golpe militar en el Estadio Chile. Sobre él no tengo nada más que un relato de mi abuelo (posterior a mi visita al Museo) y el nombre de mi padre, que heredó el “Hernán” de su tío.
Intercepté a mi abuelo, quien, tomando té con canela en su casa, me dice: sí, él era mi hermano, murió a batazos en la cabeza en el estadio, un 15 de septiembre. Ellos sabían que íbamos todos los días con mi madre a ver cómo estaba mi hermano, y nos decían que estaba bien, que estaba ahí. Luego supimos que llevaba días muerto. Se enfrío el té. Se paró de la mesa emocionado y ese día no me habló más.
Eso es todo lo que supe, su té frío me dejó claro que no había nada más que saber, nada más que contar. Ese día comprendí por qué el adjetivo “comunista” se convirtió en nuestra familia en un adjetivo negativo. No hubo una reacción opositora, contestataria o de activación política a causa de esta muerte. Todo lo contrario, produjo lo que el plan dictatorial quería: aplastar, refundar, ahogar ideales y causas. Hacer desaparecer vidas, sus cuerpos y también sus memorias, y con ello, su legado.
* Geógrafa y magíster en Hábitat Residencial. Estudiante del Doctorado Territorio, Espacio y Sociedad, Universidad de Chile
Me parece que este país de mojigatos y gentes capturadas por el consumismo e individualismo, la memoria está siendo derrotada, no hay grandes avances para que no ocurra. Debería existir el deber de recordar y establecer en el currículo escolar el derecho a la memoria con los crimenes de lesa humanidad que ejecuto el dictador, solo así, las nuevas generaciones serán menos apáticos y más comprometedoras con valores democráticos.
Daniela. Toda la vida he tenido en mi memoria al Tío Nano, preso, asesinado y olvidado por el sistema. Muchos presos en nuestra familia gente de convicciones y luchadora social, que me enorgullece. Soy Tatiana hija de uno de los primos Cea, Mario.
En estas fecha recuerdo esos días en que tenía 11 años, perdimos al tío, el resto, los otros 4 presos salieron a y tratar de vivir.
No sabes cuanto me emocionaron tus letras, al buscar recurrentemente información del tío.
Somos familia !!!! no nos conocemos pero nos une esa persona maravillosa y valiente cuya muerte la historia no tiene descrita en el Estadio Chile, solo menciones generales. Un abrazo Tatiana
Hola Tatiana, que emoción leerte. Sin querer llegué de nuevo a esta columna y vi este mensaje. No sé si tu verás mi respuesta. Te dejo mi telefono celular para que hablemos +569 …, porfa