Especial memoria y hábitat: ¿Cómo habitamos la memoria?

Por Miguel Valderrama*

Antes de contestar esa pregunta que parece un tanto surrealista, habría que preguntarse, ¿de qué hablamos cuando hablamos de memoria?

En Chile, mencionar la palabra memoria nos retrotrae a las consecuencias del golpe de estado de 1973 y a la prolongada dictadura cívico militar que, como una huella indeleble, marca hasta hoy a los chilenos.

El historiador francés Pierre Nora define la memoria como expresión historiográfica y social y distingue diferencias entre “Historia” y “Memoria”. Acuñó el concepto de “Lieux de Memoire” o Lugar de Memoria como ese vestigio que permite la transmisión de un pasado, un relato fragmentado que puede permanecer latente durante largos períodos por su naturaleza afectiva, emotiva y que se valida de manera colectiva por los miembros de un grupo o de una comunidad.

La historia, en cambio, es una construcción que se problematiza, es aterrizada en datos, en números, en rastros controlados y comparados. Se torna objetiva en archivos, museos, documentos históricos e incluso monumentos.

Las tragedias del siglo XX contribuyeron a democratizar la historia. El ciudadano tenía la sensación que vivía la historia y no la tradición valorando el testimonio del “testigo de los hechos”, de primera fuente, que es quien conserva la memoria viva para hablar del drama. Este relato o correlato es un reclamo para ser considerado como un objeto histórico que emerge con la tragedia.

La memoria en la ciudad

La memoria urbana, que moviliza el pensamiento y la sensibilidad, es la ciudad misma, una ciudad que se funda, se edifica en estratos, por capas, por zonas. Una parte de la ciudad está hecha de marcas, de rastros y señales, lugares que no son necesariamente monumentos, nombres de calles o placas conmemorativas. Muy por el contrario, el lugar de memoria tiene una levedad que se debate entre el recuerdo y la amnesia de los habitantes de esta ciudad y tiene además un cierto carácter ritual que se aleja del racionalismo histórico. Constituye la vivencia, es una cicatriz presente por lo que no está saldado, ni sanado, donde hay desgarro por la ausencia. Es definitivamente simbólico y surge de una ruptura y no de la continuidad de la historia que quiere ser consensuada y oficial, y que se utiliza casi siempre como un instrumento de poder.

Un sitio de memoria generalmente construye sus propias formas, si este lugar se monumentaliza o se transforma en elementos artificiales pre-establecidos por la institucionalidad, pierde verosimilitud y eventualmente tiende a desaparecer.

Los lugares de memoria subsisten y se perpetúan aún frente a los vanos intentos de borrar la memoria. Son lugares marcados que rememoran realidades que se han fijado más allá de lo físico o puramente material en una especie de aura que de alguna manera se cristaliza y se manifiesta. Son lugares que los vivos dedican al recuerdo de sus muertos. Un derecho a la memoria que una parte de los ciudadanos reclama y otra parte definitivamente niega.

foto miguel valderrama

Fotografía: LONDRES 38  o cuartel Yucatán en un pintoresco barrio con reminiscencias europeas en pleno centro de Santiago y a pocos metros de la iglesia de San Francisco. Pasó "inadvertido" como cuartel de la DINA para muchos habitantes del vecindario en los primeros años de dictadura cívico militar. Hoy su apariencia sigue siendo discreta de no ser por algún lienzo que aparece en su fachada y las pequeñas placas metálicas con los nombres de las víctimas, ejecutados y detenidos desaparecidos que pasaron por sus dependencias.

Se dice que la historia reúne y la memoria divide o al menos, quebranta. Los lugares de memoria nos sorprenden porque muchas veces estaban ahí, tan cerca de la vida nuestra y no sabíamos o preferimos ignorar. Los lugares de memoria nos interrogan, nos expresan una dolorosa incertidumbre. Al paso del transeúnte que no camina indiferente puede aparecer un cenotafio, una animita, un memorial que acusa: “En ese lugar murió”, “en ese lugar la encontraron”, “desde aquí fue secuestrado”, “en este lugar estuvo”, “aquí la vimos por última vez”…

Ante la pregunta ¿Cómo habitamos la memoria? Pareciera ser que habitar la memoria radica en una parte de nuestra conciencia, de nuestra sensibilidad, de nuestra formación ética y de nuestra moral cultural.

Habitar la memoria no es vivir en el pasado, más bien, es traerla al presente, bien presente. Es padecerla, es un resistir interminable, es el aguante cuya única y definitiva finalidad es tener derecho a no olvidar, a la postre a honrar la vida.

 

*Miguel Valderrama, Diseñador PUCV, académico FAU Universidad de Chile.

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