Flor roja en la puerta

Por Ninoska Lamilla Olmedo, Arquitecta.
Fotografía: Sebastián Rojas Muñoz, Diseñador.

¿Aún te sientes nerviosa/o, como yo al pasar frente a un grupo de militares? ¿Encuentras innecesarios los militares armados afuera de los locales de votación? ¿Te preguntas, como yo, si esas armas están realmente cargadas? ¿Seré yo la única que al mirar La Moneda de cierto ángulo le da un leve apretón en el estómago y sin una razón “aparente” te da un poco de miedo?

Pocos son los monumentos explícitos en la ciudad que nos hablan de lo ocurrido, pero está ahí, tácitamente en cada edificio gris del centro. A pesar que esa “llama de la libertad” ya no está y haya sido reemplazada por espejos de agua, lo sentimos igual. Lo veo en las vallas papales, en ese afiche desgastado, en los ojos de quienes dejan una flor roja en la puerta de Morandé. Al mirar los edificios altos e intentar descubrir el ángulo preciso de aquella foto, desde donde se hizo aquella grabación. La misma ventanilla sucia, la misma oficina donde ahora habitan funcionarios y empleados que miran esa nave blanca que solía ser también gris.

¿Serán rebatibles estos sentimientos y sensaciones que en algunos aún quedan? ¿Debemos sentirnos además mal además por sentirlo? ¿Qué hace falta en la ciudad para dar un gran gesto de “nunca más” y darnos esa seguridad que buscamos? ¿Habrá algún elemento construido que sea capaz de transmitir esto en nuestras calles? ¿Será pertinente, será necesario, y sobretodo: será real? ¿Si aún las heridas no sanan y aun debemos convivir con los negacionistas entre nosotros y en los cargos de poder? Si la búsqueda constante de la reparación aún se mantiene.

Sabemos de ejemplos en el exterior, de grandes obras, museos y discursos. De verdades y reparaciones, mientras acá los tímidos esfuerzos parecen pocos. Las placas, los cambios de nombres en calles y museos son cuestionados, llegan tarde y todo deja de tener un poco de sentido cuando al final lo más importante aún no se ha hecho, 50 años después.

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