La memoria olvidada… en primera persona
Por Jorge Larenas Salas*
A poco más de tres semanas de haber cumplido siete años, un golpe de estado derroca a sangre y fuego al legítimo y democráticamente electo gobierno de la Unidad Popular. Vivíamos en Llay-Llay, un pequeño pueblo ubicado a medio camino entre Santiago y Valparaíso (o entre Mapocho y El Puerto) en el trazado ferroviario. Más precisamente, en el Recinto Estación, un conjunto de viviendas de fachada continua probablemente de principios del siglo XX, ubicadas a un costado de la estación de ferrocarriles y rodeada por los talleres mecánicos y antiguas bodegas de mercancías. Un barrio obrero de trabajadores de Ferrocarriles del Estado en un pueblo fundado al alero de la actividad ferroviaria. Recuerdo que ese día estaba soleado y jugaba a la pelota en la explanada que separaba las casas de la estación y cada cierto rato entraba a ver la televisión que mostraba imágenes del ataque a La Moneda.
Quizás el principal recuerdo que tengo de ese día es el silencio que reinaba y que nadie rompía con palabras, un silencio que se fue extendiendo por años. Palabras, ideas o nombres que no se podían mencionar y palabras, ideas o nombres que dejamos de escuchar y que se perdieron en la memoria como si dejaran de existir o peor aún, como si nunca hubieran existido. En otras palabras, crecí sin memoria, sin referencias identitarias de clase a pesar de vivir en un barrio de clase trabajadora. Eran cuestiones de las que no se hablaba, en casa ni en el barrio y menos en la escuela. En una época sin internet y redes sociales. La televisión, la radio y la prensa escrita se esmeraban en construir una nueva normalidad: otras ideas, otras palabras y otros nombres, producidas por otros. Y aprendimos esas nuevas ideas, esas nuevas palabras y esos nuevos nombres, al mismo tiempo que olvidábamos las que nosotros mismos habíamos producido y que hablaban de nuestra memoria y de nuestra identidad.
En 1984 estudié algunos meses en Valparaíso, en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Católica de Valparaíso. Fue chocante observar que los muros estaban colmados de carteles con nombres e imágenes desconocidas que hablaban de un pasado difuso para mí, porque hablaban de aquello que teníamos que olvidar y de algún modo de nuestra propia negación de quienes éramos. Al año siguiente ingresé a estudiar sociología en la Universidad de Chile y ello supuso confrontarse con esa memoria olvidada e iniciar un largo camino de recomposición identitaria para reconocerse y para pensarse desde una posición consciente: este soy yo, aquí pertenezco y desde aquí pienso y siento, desde aquí me relaciono con el mundo. La dictadura cívico-militar se esmeró en robarnos la memoria y en implantarnos otra, por ello la disputa que debemos mantener a 50 años del fatídico golpe de estado es no olvidar(nos) de quienes somos y recuperar nuestra memoria para actuar en nuestro presente y pensar nuestro futuro.
* Sociólogo, Universidad de Chile, Doctor Universidad de Sevilla. Director INVI.