Las nuevas clases medias: complejidad y formas de vida

Por Jesús Reinoso*

El actual debate sobre las causas y las consecuencias que tendrá el estallido social en Chile se encuentra en pleno apogeo. Desde distintos enfoques analíticos, ya sea del mundo político, académico o empresarial, se intenta comprender la profundidad y la riqueza del fenómeno que estamos viviendo. Al interior de esta diversidad de perspectivas, creo que es plenamente factible problematizar un concepto que suele darse por sentado en los análisis que se realizan desde distintas disciplinas como la economía, la ciencia política e incluso la sociología, me refiero a la noción de clase media. ¿Qué significa hoy en día ser de clase media? ¿Cuáles son las fronteras materiales y simbólicas que encierran a un determinado grupo de la población en la categoría de esta clase? ¿Tienen congruencia con la realidad social los indicadores- ingreso per cápita, nivel educacional, capacidad de gasto y endeudamiento, acceso a la salud y vivienda, etc.- con los que generalmente se suele medir en las Ciencias sociales si un individuo o un grupo familiar pertenece a los nuevos grupos medios? ¿Son algunos chilenos más de clase media que otros dependiendo dónde viven, cuánto ganan, cuánto gastan, en qué trabajan o cómo hablan?

El solo hecho de plantearnos estas preguntas resulta interesante por varios motivos. El primero nos muestra la fragilidad de una herramienta conceptual y las evidentes limitaciones que tiene para interpretar la realidad social. En este sentido, aunque hoy en día se hable de “las nuevas clases medias”-  en plural, asumiendo que existe un sentido de novedad y algún grado de heterogeneidad entre sus miembros – o, lo que viene a significar lo mismo, los “nuevos grupos medios”- ahora haciendo desaparecer los barrotes de una categoría de clase– el imaginario de una clase media estandarizada en su posición económica, homogénea en sus orientaciones de acción, y con modos de vida muy similares en torno al consumo, sigue siendo el dominante. Es precisamente ese imaginario con el que trabaja el marketing político, los mercados inmobiliarios, los medios de comunicación, las grandes tiendas, las agencias de viajes y una extensa red de instituciones a lo largo de la sociedad chilena. Está anclado en el sentido común de las personas.  Sin embargo, con la actual crisis social y política que se encuentra en curso, este imaginario que se ha venido resquebrajando está seriamente dañado, principalmente, porque vincula a “Las nuevas clases medias” con una forma de vida determinada que no necesariamente se corresponde con la realidad, reduciendo drásticamente la complejidad de las múltiples y diversas formas de vida (Wittgenstein) que coexiste en los “nuevos grupos medios”.

¿Pero en qué momento se empieza a gestar, a sedimentar con más fuerza este imaginario que vincula a las nuevas clases medias con una forma de vida determinada?

Si bien no hay una fecha exacta, el proceso comienza a desarrollarse con más profundidad a principios de la década de los noventa hacia adelante, con la modernización del Estado por parte de las clases políticas imperantes, y con la modernización de la economía por parte de las élites  empresariales. Bajo el alero de este modelo de desarrollo es que comienza la aparición en escena de los llamados nuevos grupos medios y, sobre todo, de un imaginario en particular que se irá sofisticando cada vez más con el paso del tiempo. Efectivamente, miles de familias chilenas logran escapar de los tentáculos de la pobreza que envolvieron a sus generaciones anteriores, pero la llave maestra para dar este paso se dará a través del consumo, metabolizado por las economías domésticas a través del endeudamiento. De esta forma, el crecimiento exponencial del ingreso a la educación superior, el posicionamiento laboral en una economía terciaria, la masificación del uso del automóvil, la adquisición de nuevos bienes y servicios, las vacaciones en el extranjero, el mérito y el esfuerzo personal como los mejores antídotos para una sociedad de contactos e influencias, todo ello, va sentando las bases para una forma de vida a la que se aspira y a la que hay que llegar, una forma de vida real para un segmento de esos grupos medios, pero que constituye una forma de vida imaginada para una gran mayoría. Y nótese que una de las principales características de esta forma de vida imaginada, idealizada, y que se instala en el sentido común, es que segmenta, estigmatiza y discrimina a otras múltiples formas de vidas reales y complejas que están presentes en las nuevas clases medias.

Es cierto que vivimos en una sociedad en dónde el consumo juega un papel preponderante y en dónde los procesos de individuación son fuertes, ambas características se expanden en el tejido social , sin embargo,  no se puede hacer tabla rasa de la complejidad y heterogeneidad que caracteriza a las nuevas clases medias, aquellas que participan en economías informales, viven en edificios sobre densificados, habitan barrios segregados, provienen del extranjero, pertenecen a minorías religiosas, entre muchas otras. En este sentido, allí donde se identifican nuevas clases medias también deben visualizarse nuevas formas de vida, nuevas economías morales (E.P. Thompson) y nuevas pautas culturales. Utilizando el concepto de Clifford Geertz, se necesita una descripción densa de las nuevas clases medias si se quiere dar con una herramienta teórica que tenga un mayor alcance conceptual y que dialogue de forma más precisa con la realidad social. Esto de ningún modo resulta un detalle o un mero agregado en la comprensión de un fenómeno social, recordemos la importancia que un pensador de la talla de Max Weber le otorgo a las formas de vida para la comprensión más profunda de un sistema económico

 

*Estudiante de Magíster en Hábitat Residencial, Universidad de Chile.

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