Cuidando en las protestas
Por Camila Barreau Daly*
Estas semanas han sido intensas. Nuestros cuerpos pasan de la felicidad y la emoción de vernos en las calles juntos todos y todas, a recibir las noticias de muerte y desaparición. De soñar con que lograremos cambios a este sistema que nos asfixia y luego darnos cuenta de los montajes y las mentiras. Nuestra cotidianidad ha adquirido otras dinámicas, nuestros hijos e hijas no están yendo al jardín, o están asistiendo en horarios parciales, lo que ha significado que las mamás y papás hemos tenido que modificar nuestros horarios laborales o, directamente, no trabajar.
La destrucción parcial del metro ha significado que millones de personas no estén pudiendo llegar a trabajar o que estén trabajando medias jornadas. Las protestas constantes en las jornadas de la tarde están generando que los y las trabajadoras se estén devolviendo a sus casas más temprano. Esto nos ha liberado de espacio-tiempo para poder estar en nuestras casas y barrios, juntarnos con los vecinos y vecinas. Esta nueva dinámica ha significado en el barrio donde vivo, ver a más papás y mamás en los parques, disfrutando de sus hijos e hijas. El surgimiento de diversas actividades gratuitas en plazas y parques para dar espacio al juego de los niños y niñas, acompañados de sus familiares. Se nos ha dado el tiempo para cacerolear y marchar, a la vez que para participar en instancias de conversación en los cabildos ciudadanos. Pareciera que la detención del metro fuese el mejor primer paso para desacelerar nuestras vidas.
No tendría cómo explayarme respecto de las consecuencias que esta desaceleración tendría sobre la economía y el empleo. Pero, lo que parece claro, es que esta nueva vida nos ha devuelto la posibilidad de estar en nuestros espacios urbanos. Ha sacado a los niños y niñas de las guarderías, a los y las estudiantes de los colegios y universidades, a las mamás y papás de los trabajos, nos ha reunido en la calle, nos ha devuelto la conversación, las miradas y las posibilidades de salir de nuestras vidas individuales.
Quienes cuidamos a otros y otras, nos hemos sentido un poco más acompañadas y escuchadas, ya que esta protesta se trata de nuestra vida cotidiana, de nuestro tiempo y espacio presente y futuro en la ciudad. Pareciera que la vida misma se ha rebelado contra la camisa de fuerza capitalista, que nos ha venido constriñendo silenciosamente en su dinámica diaria de trasnoches, traslados, trabajo excesivo, viajes hacinados, mala alimentación y casi nada de vida familiar: una experiencia cotidiana que no mejorará, ya que seguiremos viajando con canas, arrugas y bastón en el metro sofocante, pero sin sueños.
En estos 30 años de democracia, las líneas del metro se han ido extendiendo por la ciudad, inaugurándose con toda la parafernalia política posible, que asegura los beneficios a los nuevos usuarios. Sin embargo, me pregunto ¿A quién beneficia realmente la rapidez de los traslados? Pareciera que no a los y las trabajadoras, quienes sufren a diario sus consecuencias. Tampoco beneficia a los niños y niñas, embarazadas, personas mayores o con diversidad funcional, para quienes es un espacio inaccesible en horarios punta. El metro de Santiago se ha convertido en una especie de container, sin luz, ni aire, ni vista. Un container que traslada a masas de personas desde sus hogares hacia sus lugares de trabajo y luego de vuelta. Su rapidez ha beneficiado los tiempos que tenemos para trabajar en desmedro de los que tenemos para cuidarnos y cuidar a los nuestros. Ha dilatado hasta el llanto los tiempos de nuestros seres queridos en espacios de reemplazo: las guarderías, los hogares, los famosos “afterschools”, etc.
En estos tiempos de protestas, donde el metro ya no cumple su función aceleradora, este oasis de cuidados que describo se contrapone con la violencia en las calles, con los ruidos constantes, con el aire contaminado de los incendios, con el caos político. Mientras todo esto ocurre, nosotras debemos seguir cuidando, ahora más que nunca, abrazando a nuestros niños y niñas, explicando lo que sucede, conteniendo sus emociones. Sería importante que la protesta considerara esta coexistencia, que las fuerzas de orden público miraran a las personas antes de actuar y que todos y todas valoremos tanto a los jóvenes que luchan en primera fila, como a quienes sostenemos los hogares. Quizás éste sería un buen segundo paso para construir una sociedad más justa, sensible con nuestras propias vulnerabilidades y más respetuosa con las diferencias.