Muros. Espacios de contacto
Por Rebeca Silva R. y Luis Campos M.
Los muros separan. La historia reciente de la humanidad nos da varios ejemplos de ello. Muros para separar países, para alejar personas, para interrumpir rutas y sueños. Muros que son fronteras, límites, barreras. Sin embargo, los muros también ponen en contacto. Al menos esa es una de las sugerencias que nos hacen distintas formas de arte callejero. Por eso los murales, los grafitis, los tags. Intervenciones para evitar la separación y poner en contacto. Dejar un trazo, una huella, una marca que conecte autores y observadores. Que active memorias. Que empuje sueños.
Estas marcas, hechas de signos de un lenguaje peculiar, intervienen el espacio público. Se convierten en expresiones de pertenencia y de apropiación. Intervenciones que van dando forma al territorio, conectando experiencias y generando identificación. Estas marcas, si las miramos de cerca, dejan aparecer trazos y hebras del lugar que habitamos y nuestra vida cotidiana en él. Huellas gráficas que dialogan con nuestros sentidos y, en su caducidad o permanencia, van moldeando nuestra mirada, resonando en nosotros hasta volverse paisaje. Sea yendo a comprar el pan o barriendo las hojas que arrastra el viento del otoño.
Resuenan porque nos hablan. Se ha dicho que los muros nos dicen cosas, nos gritan; que escuchan porque tienen oídos. Incluso que, en ciertos tiempos -sobre todo aquellos en que impera el miedo, la violencia y la muerte- registran cosas que no pueden ser dichas ni expresadas en otro lugar. De esta forma, los muros se vuelven también registros de nuestra memoria. Reflejan los cambios políticos, históricos y culturales que vivimos, pero también afectan nuestras acciones y prácticas cotidianas al hacer de esos cambios objetos visibles.
En esa doble condición de resonadores y de registros, los muros se vuelven centrales para que surja una memoria colectiva. En efecto, nuestra memoria requiere de apoyos y soportes. ¿Qué más sólido que un muro? Quizá sea esa solidez el aliado perfecto para plasmar los recuerdos y hacer que los afectos involucrados no se queden en la singularidad de un cuerpo, sino que contagien a otros y se proyecten más allá del presente.
En los muros los secretos encuentran voz, los destellos fugaces se vuelven resplandor permanente, los murmullos devienen gritos. El pasado se vuelve relato presente, narración de una historia: aquella que nos permite recordar quienes fuimos, aportando un poco de emoción a lo que seremos.