Miguel Lawner, un arquitecto tan obstinado como integral
Por Fernando Toro[1] & Javiera Martinez[2]
Corría el año 1956 y un joven arquitecto de 28 años se reunía periódicamente con la organización de Pobladores de Santiago para planificar lo que sería la toma de la Victoria la noche del 30 de octubre de 1957. La planificación de la histórica radicación -que no siendo la primera sería la más simbólica- se convertiría en un hecho premonitorio de lo que sería su vida tan obstinada como integral, un arquitecto pausado, de mirada profunda y sonrisa franca.
De familia migrante, vacaciones en el Tabo y patear piedras en el Barrio Matta-Portugal, Miguel terminaría sus estudios en el Instituto Nacional para ingresar a Arquitectura en la Universidad de Chile el año 1946. Su ingreso -y el de su eterna compañera Anita-, coincidiría con la reforma de la Escuela que avanzaba hacia la formación de un arquitecto integral, cuyo manejo filosófico, plástico y técnico abrazara el pensamiento, el sentimiento y la acción. Esta impronta, acompaña a Miguel hasta el día de hoy, capaz de filosofar sobre el contexto sociopolítico, pensar modelos de gestión, planificar obras, diseñar espacios y especificar detalles constructivos ¿Son estas las características de un arquitecto contemporáneo?
En su paso por la Escuela, además de su rol político como integrante del Boletín “Nueva Visión” del círculo de estudiantes comunistas y su activa participación académica como ayudante y profesor, iniciaría una entrañable relación con Anita Barrenechea, destacada arquitecta con quien compartiría el amor, dos hijos, el exilio y el pan, además de una galardonada oficina de arquitectura que sería premiada en más de 20 concursos nacionales y cuyo primer premio fue la Población Abate Molina en Talca (CORVI) de 554 viviendas y más de 32.000 metros cuadrados construidos en 1960.
Los proyectos de BEL Arquitectos (Anita, Miguel y Francisco Ehijo), abarcaría nueve regiones de nuestro país y programas tan diversos como el educacional, habitacional, cultural, comercial, industrial y administrativo. Su arquitectura, de perfil social y compromiso público, destacaría no sólo por sutiles líneas modernistas -inspiradas por uno de sus maestros proveniente de la BAUHAUS y profesor de la Facultad Tibor Weiner-, si no también, por un gran componente humano y biológico, impulsado por el doctor y también profesor José García Tello, quien calibraría la sensibilidad de Anita y Miguel (sus ayudantes) para entender la arquitectura desde la naturaleza y el entorno. Mientras se entendiera el respeto al medio ambiente natural, conceptos como sustentabilidad o eficiencia eran innecesarios.
Son cientos los proyectos realizados por BEL Arquitectos, no tendría sentido alguno citarlos, pero la obra más noble de Miguel ebulliría en su periodo como prisionero en la zona más austral de nuestro país durante la dictadura cívico militar. “La función creó el órgano” como diría Miguel, y tras conseguir un lápiz y un papel y retratar a varios de sus compañeros, reconstruiría lo que hoy es monumento nacional, la restauración de la Iglesia de Puerto Harris en Isla Dawson, Punta Arenas. El arquitecto, integral y obstinado por definición, no abdicó nunca a su derecho de respirar, reflexionar y proyectar. Miguel, en condiciones extremas, convenció a todos los presentes de reconstruir la iglesia con materiales locales, hoy erguida e imponente.
Siendo Director Ejecutivo de la CORMU, antes de convertirse en prisionero, Miguel estuvo a la cabeza de diversos proyectos que tenían como fin la integración social. La remodelación del Parque O’Higgins abandonado por 30 años, la construcción de viviendas sociales como la Villa San Luis, Población Tupac Amaru o Che Guevara y la necesidad de levantar la UNCTAD III hoy Centro Cultural Gabriela Mistral, son sólo algunos de los ejemplos que entregarían dignidad y espacio a las familias de menores recursos, que hoy continúan su lucha por mantenerse en pie. En vano han sido los intentos por demoler la Torre UNCTAD III o la Villa San Luis. La privatización de la vivienda no salió ilesa y es una lucha que mantiene vivo a Miguel, sobre todo ante el estéril anuncio de una Ley de Integración Social, que en su mezquindad profundiza un modelo que ahora otorgaría concesiones espaciales a privados a cambio de proyectos más centrales.
Sería en Dinamarca y Alemania donde su carrera académica -iniciada tras 15 años de docencia en la Universidad de Chile- se vería consolidada. Su compromiso con la clase trabajadora y las familias sin casa, la visión crítica materializada en arquitectura y urbanismo y el enfoque de derechos serían conversaciones habituales en las cátedras que dictó en la Goethe Universitat (Frankfurt) y la Kunstakademiet (Copenhague) tanto para estudiantes extranjeros como de posgrado al otro lado del Atlántico y nuestra cordillera. ¿Cómo estamos formando arquitectos hoy?. A su regreso, Miguel y Anita continuarían con su compromiso gremial, éxito profesional y perfil social, fortificando además una línea más patrimonial y una lucha activista incansable en las últimas décadas.
El día viernes 5 de abril de 2019 a las 17:00 horas será inolvidable, sentado en su sillón y relatando una de sus mil y una historias, Miguel recibe el llamado de Humberto Eliash, presidente del Colegio de Arquitectos, quien mientras le anunciaba la buena nueva del Premio Nacional. Por la mente de Miguel aparecían Anita, sus compañeros, maestros, estudiantes y pobladores, además de la nostalgia de un pasado más presente que nunca.
Este reconocimiento no es un cálculo de metros cuadrados, tampoco de cantidad de obras construidas ni mucho menos de libros publicados. El Colegio de Arquitectos reconoció en Miguel no sólo un profesional de impresionante producción espacial, políticas públicas e investigaciones, sino que por sobre todo le adjudica un rol referencial para las futuras generaciones, un guiño a los pasos que deberíamos seguir los creadores de ciudad en un contexto donde su producción está supeditada a un mercado no sólo imperfecto, si no que injusto y que profundiza desigualdades multidimensionales en términos socioeconómicos, de género, raza, condición física, etaria, entre otros. Un premio a una generación que creyó en la arquitectura para todas y todos, donde las obras no eran ecuaciones de rentabilidad y la movilidad existía no sólo en términos productivos.
La vida, a pesar de todo, continúa, y esta mañana de otoño esquivo Miguel también renunciará al descanso, asistiendo a alguna universidad, museo o simplemente a alguna reunión con pobladores o activistas para luego, en la tarde, sentarse a escribir en prosa alguna reflexión sobre el último conflicto urbano que sufre nuestro territorio. Porque para Miguel -tal como reza un recuerdo en manuscrita de su cumpleaños número 90 en el GAM- no hay nada más importante que el reconocimiento del pueblo.
[1] Arquitecto UCH, Magister en Desarrollo Urbano, University College London. Director Corporación Ciudad Común.
[2] Constructora Civil PUC. Fundación Villa San Luis.