La buena memoria previene los desastres

Por Daniel Acuña Delgadillo. Arquitecto y Magíster en Hábitat Residencial.

Desde el conjunto de ponencias académicas, investigaciones, desarrollo del quehacer académico, entre otros, se ha expresado que el territorio puede ser entendido como un conjunto de variables definidas por los miembros de una sociedad presentando simultáneamente distintas condiciones de fragilidad (vulnerabilidades) y de resistencia (capacidades), que está constantemente expuesto a diversos tipos de amenazas y/o peligros. Dentro de la interacción entre estas dos condiciones es dónde ocurren los desastres.

Las condiciones de fragilidad y las de resistencia son condiciones heredadas dentro de una sociedad. Se han construido antes, entre la fricción y los acuerdos de un, muchas veces, escaso ordenamiento territorial. Para superar esa condición heredada es relevante contar con un conjunto de factores de desarrollo propicios. Un factor de desarrollo relevante pero no siempre internalizado por las autoridades y la ciudadanía es la memoria. La memoria para la educación. La educación para la prevención. Esa es la cadena.

Tomo como ejemplo relevante la cultura japonesa. Esta es capaz de entender que sus vulnerabilidades y capacidades, así como el alcance de un desastre sobre el territorio son pasiva y activamente capturadas por la experiencia de la memoria, aspecto fundamental para educar a las nuevas generaciones. Los efectos catastróficos se registran sistemáticamente para ayudar a revivir la experiencia. Pero no de manera traumática necesariamente, sino con un sentido educativo para el presente y futuro. En definitiva, la memoria del desastre se transforma en un factor de desarrollo más, que se suma a otros como el tecnológico, normativo, o el propio que otorga la investigación científica de los fenómenos destructivos y sus consecuencias.

A modo de ejemplo en la cultura de la memoria, en Japón se registra en los pilares de los edificios, en los postes de alumbrado público o en las fachadas de las casas, las alturas de las olas de un tsunami sobre las zonas construidas, para así evidenciar en los años siguientes de ocurrido el evento el impacto que este tuvo. O bien, poseen ya desde hace varios años vehículos especialmente acondicionados para simular los diversos terremotos que ha vivido el país, los cuales viajan a través del territorio ofreciendo la experiencia a grandes y pequeños. Lo interesante es cada municipio busca la mejor manera de recrear el fenómeno. No sólo es un asunto de recursos, sino que también de creatividad.

Existe la anécdota de que en una zona rural luego de despejar un área cubierta con una extensa vegetación, apareció una piedra tallada que registró un tsunami ocurrido hace cientos de años. El recordatorio había sido olvidado, se había perdido bajo la densa vegetación. El elemento destinado a recordar había sido olvidado, un factor de desarrollo había sido perdido. Al ser rescatado, no sólo permitió volver a exhibir la piedra tallada como un indicativo y una advertencia de la fuerza que tuvo aquel histórico tsunami, sino que permitió renovar el compromiso de esa localidad con la cultura de la memoria en la prevención de desastres. Se puede vislumbrar aquí que la cultura de la memoria vinculada con la educación y la prevención es un poderoso factor de desarrollo dentro del pueblo japonés. Si el PNUD asegura que la etapa de reconstrucción es 7 veces más cara que la de prevención, entonces la cultura de la memoria es uno de los caminos necesarios de emprender.

Pareciera ser que nuestro país aún se encuentra en una etapa de desarrollo cultural, económico y social muy alejada de la japonesa para estos fines, sin vislumbrar aun la imperiosa necesidad de enseñar en el recuerdo, en la memoria, para evitar olvidar y aún más, repetir las consecuencias desastrosas de un tsunami, terremoto o aluvión.

Este último tiempo las redes sociales junto con la prensa, sobre todo la televisada nos ha informado sobre la reiteración de ciertos fenómenos destructivos (aluviones e incendios), sin embargo, no hemos hecho un esfuerzo por dimensionar y avanzar en el tremendo aporte que pudieran  significar estos reportes hacia la necesaria educación en la memoria, hacia la comunicación efectiva de lo que está ocurriendo.

Chile sigue adoleciendo de medidas tan básicas como las mencionadas, destinadas a recordar para evitar. Posiblemente nuestra idiosincrasia no permitiría, por ejemplo, que dentro de un mall costero existieran pilares con marcas indicativas de la altura que alcanzó el mar en tal o cual tsunami, pero sería interesante ampliar el debate en torno a la materialización de la memoria de los desastres con fines educativos (no solo para cortar cinta como el Memorial del 27F en Concepción) y encontrar así nuestros propios medios para que en el futuro, cercano o lejano,  cualquier persona pueda imaginar el desastre ocurrido.

 

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