Hacia una nueva morfología social constituyente de la ciudad a través de la memoria histórica

Por Adolfo López*

Chile, un país acostumbrado a terremotos, tsunamis y distintos tipos de catástrofes y desastres socio-naturales, se encuentra frente a un nuevo evento el pasado 18 de octubre del 2019, el cual posee antecedentes e información explícita que lo vienen a presentar de una manera distinta, sistemática y concatenada como un gran terremoto de carácter político-social.

Quiero indagar, mediante una aproximación reflexiva, en torno a la significación de la crisis actual, analizándola como una experiencia vista desde el espacio público social y el rol de una ciudadanía emergente, donde la ciudad pasó a constituirse como un segmento social con una función política democratizante (Pritchard), como el imaginario colectivo e histórico olvidado hasta hoy según la interpretación de los hechos que han ido construyendo nuestra identidad cívica como país y una territorialidad mixta en su comportamiento, y que tras los acontecimientos múltiples que vienen ocurriendo en Chile, nos toma de sorpresa a partir de octubre del presente año.

La tensión estructural existente.

Hoy, tras casi un mes del denominado despertar de los chilenos en la primavera 2019, aún en curso, nos encontramos con una suerte de renacer doloroso de una nueva sociedad chilena y la complejidad que ello conlleva gracias a una juventud disidente con su pasado y un país acostumbrado a vivir hasta entonces, como una sociedad silenciada, arrastrada históricamente en sus derechos sociales. Esto se suma al hecho de aceptar de manera ciega ciertas condiciones de vida y convenciones limitantes que fueron mermando un proceso de desarrollo cívico histórico, a tal punto de deshumanizar el valor intrínseco que significa la vida como principal hito y eje de preservación que funda la base estructurante de un país. Efectivamente, este hito incide en la conformación cotidiana de lo que entendemos por lo urbano y lo rural a partir de los propios habitantes como un proceso emergente de tipo escalar que se entremezcla y se la juega por la dignificación del territorio desde las propias subjetividades de las comunidades instaladas, así como en la memoria del residir.

La juventud actual supo madurar tempranamente, de forma muy distinta a cómo lo hemos ido entendiendo generaciones pasadas. Bajo ciertas características condicionantes propias de un modelo de desarrollo instituido largamente por más de 30 años, no tan sólo se trató de una permanente sistematización que vino a subrogar un proceso invisibilizado de los derechos públicos propio de las personas que habitan el territorio sino que se llegó a tal punto que se transformó en una suerte de concesión de la propia voluntad de los habitantes, bajo un modelo de aceptaciones y acomodos forzados. Temas tan relevantes para nuestro quehacer diario como lo son el trabajo, la salud, la educación y el goce entre otros, relativizando el funcionamiento social de nuestras ciudades y los hogares que la componen.

Tal reacción a una escala global y moral de la nueva sociedad chilena nunca antes visto en su era moderna, no es un hecho aislado ni excepcional, sino más bien se refrenda en la reclamación de los derechos fundamentales, donde el principal patrimonio afectivo y social frente a una injusticia acumulativa tiene que ver con el querer revertir de manera dramática los distintos niveles de violencias anteriores que preceden a la violencia física destructiva de la ciudad tras las marchas, como saqueos, muertes, desapariciones y represión policial.

Un trágico equilibrio que nos viene a regular a todos en nuestras conductas y apreciaciones a nivel de sociedad.

Una suerte de relato empírico, críptico que viene a mermar el discurso moral en torno a lo que entendemos como calidad de vida y derechos sociales. Un relato transversal que traspasa desde lo físico-material, hasta aquellas instancias implementadas segregadoras e instaladas dentro de un diálogo sordo entre cuatro paredes como ejercicio práctico de lo político en desconexión con la cruel realidad de la base social. Este relato determina la forma de vivir y habitar de la clase media, emergiendo por contraste el verdadero sentido de la democracia, donde la política y lo político se presentan bajo una dialéctica de tipo ontológica en su carácter procedimental junto con el hecho de saber co-habitar, vivenciar en el día a día a través de lo público sus múltiples formas de representación socioespaciales.

¿Será el momento de volver a reintegrar lo público social como el eje articulador socioespacial?

Por otro lado, nos enfrentamos ante la incertidumbre de los hechos acaecidos que se reflejan en la destrucción del equipamiento e infraestructura urbana de las ciudades dentro de una escalada libre que incluso transformó los límites de nuestras propias percepciones del espacio público. Un espacio desbordado y no de contención como solíamos entenderlo, bajo nuestras conceptualizaciones teóricas del habitar moderno. Es que fue la propia gobernabilidad la que se vio enfrentada a sí misma bajo una precarización de las formas de representación espacial y social a través de la mediatización de la información, alterada en un intento por contener una crisis desatada donde precisamente es la experiencia del espacio público el soporte vivo que vino a modificar definitivamente nuestras vidas y consciencias de manera permanente en su real significado y potencial a tal punto de transformarse en una herramienta de reivindicación, y por contraste corporizando incluso episodios poco felices de economías de la violencia o revueltas, como lo han sido los saqueos e incendios en distintas partes del país.

Lo que parecía una ficción teórica muy lejana al Chile que conocíamos hasta mediados de octubre 2019, llegó y se hizo realidad posicionándose sobre el territorio como un momento constituyente de masa crítica.

La capacidad de agenciamiento por otro lado, a través de las redes y tecnología, refrendados en lo público como una instancia que vuelve a revalorizar aquellas otras instancias perdidas en la vida de los ciudadanos de una manera crítica frente a las injusticas del modelo. Esto surge como respuesta urgente, donde el cambio de escala no es tan sólo físico sino además incide en la mutación de una morfología social que transfigura y reordena nuestro imaginario histórico (Plaza de La Dignidad). Así surge la necesidad de volver a reconstruir los espacios de diálogos y recuperar aquellas diversas instancias de entendimiento que cultivan la necesidad de pensamiento crítico.

La utilidad de lo inútil.

Paradójicamente, la utilidad de lo inútil, tal como nos indica Flexner, nos refiere una instancia posible, única que se diferencia de un concepto metalizado muy propio del sistema actual que viene a ser de tipo utilitarista y permeó todas las esferas que componen al poder y, nos entrega pistas valiosas que nos permiten ir canalizando la construcción de un nuevo proceso social hacia el hecho de ejercer un papel fundamental en el cultivo espiritual y desarrollo cívico y cultural de la humanidad para la reformulación de nuevas formas de reproducción de conocimiento, determinantes en la significación del hábitat. Dispone así de un valor central como lo es el suelo, el espacio público fundamental para la reconstrucción de la base social de un país entero, entendido no sólo como una espacialidad en disputa. Sino también como un hito reivindicatorio y referente a la diversidad de las representaciones colectivas que conversan como un lugar de bienestar extensible también posible a través de la memoria futura y el reposicionamiento de la gente, la población y el ciudadano.

Es que, como hecho constitutivo, debemos reconocer que la ciudad renació y se atrevió de manera conjunta y decisiva, avanzar y construir sus propios espacios de memoria mediante la participación masiva y en el hecho de activar la propia historia desde la calle.

*Arquitecto, Integrante Comité Hábitat y Vivienda. CA. Sede Nacional. Estudiante Magíster en Hábitat Residencial Universidad de Chile

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