#Encasa: Crisis global y una ciudad más humana

Por Ignacio Arce y Gricel Labbé*

La crisis sanitaria global producida por la Covid-19 implica repensar nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza (por ende, con nosotros mismos), así como un nuevo modo de concebir nuestras ciudades y su funcionamiento. Es en las ciudades y a través de las ciudades donde se concentra y propaga la enfermedad. Así, la discusión en Chile se ha centrado en observar con preocupación el riesgo potencial del sistema de transporte público metropolitano, los mal llamados “guetos verticales”, campamentos en la periferia y otras áreas urbanas con déficit habitacional, lo que constituye un llamado a la planificación urbana para establecer en el futuro nuevos criterios de salubridad social mínimos basados en la bioseguridad.

De hecho, la historia reciente de nuestras ciudades da cuenta que en escenarios de crisis relacionados con enfermedades altamente contagiosas se ha avanzado en infraestructura pública y legislación que ayude a mejorar la calidad de vida urbana en general. Este escenario tiene la misma potencialidad.

Una discusión que ya levantó esta crisis sanitaria está enfocada en criticar a los planificadores urbanos obsesionados con la ciudad compacta y densa, espacios que hoy son un importante foco de concentración y propagación del virus, para así volver a relativizar los límites urbanos y reposicionar el discurso de la ciudad dispersa, menos densa, y por lo tanto menos riesgosa. Este último discurso parece olvidar que fue mediante la creciente invasión de ambientes naturales en un contexto de “urbanización planetaria, lo que provocó la zoonosis y propagó el virus tan rápidamente alrededor del mundo.

Entonces el problema no pasa por la disyuntiva de si planificar el centro compacto y denso, o la periferia extendida y difusa, sino más bien en redefinir los criterios de fondo que orientan el desarrollo de nuestras ciudades, entornos barriales y residenciales, hasta ahora excesivamente definidos por el mercado. Esta crisis da cuenta que el mercado no es el mejor gestor y distribuidor de suelo y vivienda bien localizada, son bienes excepcionales. El primero no reproducible y el segundo fundamental para la reproducción social y al estar sujetos al mercado priman las lógicas especulativas y la rentabilidad económica por sobre su inalienable función social y provocan realidades distorsionadas reflejadas hoy por el desigual riesgo de exposición a contagio que se puede observar en una misma ciudad como Santiago.

Esta nueva forma de concebir nuestras ciudades y su funcionamiento pasa inevitablemente por replantear el modelo altamente centralizado de movilidad metropolitana en torno a la distribución urbana de las actividades económica, las que suelen estar muy concentradas en pocos lugares, obligando a una gran proporción de personas a ocupar parte considerables de su tiempo en cruzar la ciudad para llegar a sus trabajos. La pérdida de la escala humana en la ciudad es uno de los principales factores de contagio, y en el futuro se debe promover una movilidad urbana que avance en ese sentido, solo posible después del potenciamiento de subcentralidades autónomas con actividades económicas especializadas y complementarias en los territorios.

Ahora más que nunca, esta experiencia de crisis global implica necesariamente pensar en las utopías. Es un error del lenguaje asumir que las utopías están muertas, son más bien el motor primordial de todo cambio renovador.

*ONG Observatorio Cité: Ciudades Integradas al Territorio

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