Una noche y el amanecer en Dignidad
Texto e imágenes por Elías Lonconao Ibaceta
La noche del ocho de octubre fue larga, se dormía a sobresaltos, si es que algo se dormía. La madrugada llegó con la amenaza y su maquinaria. Por la mañana un desalojo.
Qué curioso lo difícil y laborioso que es construir cualquier casa, por humilde que sea y echarla abajo tan fácil tarea.
En el Campamento Dignidad de La Florida, se prometieron subsidios, de esos que la verdad, al habitante no llegan. Por qué son las inmobiliarias las que cuadran en sus utilidades el llamado “beneficio estatal”.
El tan amable alcalde, dispuso un albergue a toda capacidad. Aforo para 50 personas, ampliable a 100. Los habitantes que quedaron sin casa alrededor de los 600.
Ir a vivir a un campamento no es cosa sencilla o simple aprovechamiento para saltarse la fila de un subsidio. Es un salto atrevido de una precariedad a otra, de una inseguridad a otra. Aun así, para las pobladoras y pobladores, las condiciones de vida en el campamento son mejores que en el hacinamiento, el allegamiento, o el pago de arriendos que viven en constante alza.





