Memoria viva e integración: Villa San Luis

Por Claudio Pulgar Pinaud

La Villa San Luís de Las Condes (VSL) aún existe, aunque no la queramos ver. Ahí están los niños en la cancha de tierra jugando, ahí están las familias arraigadas a su barrio por más de 35 años, ahí han crecido tres generaciones de hijos de la VSL. Está viva y se puede ver en la cantidad de niños que juegan en los mismos pedazos de tierra y barro que jugaron sus padres, donde llegaron sus abuelos. Estos abuelos fueron los que recibieron las casas durante la UP. Todos vivían ya en la comuna. Una de las comunas donde tradicionalmente se ubican los sectores de altos ingresos, pero que al igual que muchas otras el año 1973 tenía a su haber más de 30 campamentos (en esa época en Renca o Puente Alto habían cerca de 20 campamentos). De estos campamentos fueron llegando las familias. De campamentos pequeños que estaban a metros de casas de clase media, de la orilla del río, y de otros. Un joven me contaba cómo su padre, que en esa época era chofer de micro, ayudó a traer a muchas de la familia a sus nuevas viviendas. De tan buena calidad que ni siquiera se les puede poner un clavo a los muros por la calidad de la construcción, según me contaba el mismo. Cuanto no lucharon por sus casas los pobladores, y lo mejor fue que conquistaron sus derechos. Las circunstancias político-sociales de la época se alinearon en torno al derecho a la vivienda. De todas esas familias que conquistaron sus derechos hoy persisten 120. Aproximadamente unas 600 personas que hoy aún viven esta historia de integración y derecho a una vida digna. Los departamentos tienen 2 y 3 dormitorios y según sus propios habitantes son bastante cómodos. Los espacios públicos entre los departamentos son bastante precarios, todo se mantiene de tierra, en el invierno de barro, pero se ve que están apropiados, que se viven diariamente, que los vecinos se conocen, que los niños pueden jugar tranquilos.

El contraste de esta historia hoy está dado por la poco clara historia del desalojo paulatino de muchos de los habitantes de la VSL. Primero vino un desalojo dramático después del Golpe de 1973. Muchas familias que ya habían llegado a la villa, pero aún no tenían sus títulos de dominio fueron desalojados violentamente por tropas. La mayoría fue a parar a la periferia a nuevos campamentos. Cómo fue posible que las familias que ya habían logrado su casa, la perdieran y fueran a parar nuevamente a un campamento, y ya ni siquiera en “su comuna”, sino que en la periferia. Después de este desalojo, llegaron a habitar los bloques de la zona poniente del conjunto, los que hoy ya no están, familias de militares, la mayoría suboficiales. Según me contaban los mismos que crecieron con está historia, en esos años paseaban por los patios y canchas militares haciendo guardia con fusiles.

Luego esta historia negra seguiría con su poco claro desarrollo. Ya llegada la democracia, al parecer los militares fueron saliendo de los bloques. Y de alguna manera se empezó a negociar por los terrenos. Hoy tenemos sobre los mismos terrenos donde se plasmaron los sueños de muchas familias, uno de los proyectos inmobiliarios más grandes de Santiago. El proyecto Nueva Las Condes, que hasta con su nombre quiere olvidar lo que pasó bajo los pavimentos que hoy cubren la tierra de los antiguos habitantes.

La versión oficial dice que la VSL está demolida, pero no es cierto. Hoy en ella viven más de 120 familias que se resisten a dejar sus viviendas. Hoy viven dos realidades completamente distintas en la misma manzana y a pocos metros. Aparecieron unas torres de vidrio que, según los habitantes, crecen como la maleza. Es contrastante ver las dos maneras de entender la ciudad sobre el mismo paño. En la cancha de tierra el paisaje de fondo son estas torres que representan un nuevo poder, el poder de las grandes empresas. Los niños que juegan en la cancha de tierra, los nietos de los que llegaron a la VSL, a pesar de estar a metros de estos palacios de los negocios, se sienten muy lejanos. Una extraña sensación de incomodidad relaciona los dos conjuntos. No calzan, uno se resiste, y el otro con su tamaño e imponencia lo aplasta. No dialogan, parecieran tan distantes como la segregación de toda la ciudad, pero en este caso uno al lado del otro se miran.

Las imágenes hablan por sí solas, los invito a ver un poco de lo que no queremos ver. Esta historia continúa. Espero seguir visitando la VSL. En lo personal algo de esta historia me toca. Mi madre, profesora normalista básica, trabajó por más de 15 años en el escuela pública donde iban todos los hijos de la VSL, la Oscar Bonilla. Cuántas veces en mi niñez la acompañé a la escuela, caminé por los bloques y conocí a otros niños que vivían ahí mismo, y lo encontré tan normal, tan integrado. Nosotros con mi familia vivíamos bien cerca, en otra de villa de casas de un piso de clase media, construidas por las cooperativas de obreros de la época, de 70 m2. Hoy mis padres, después de los mismos 35 años de la VSL, aún viven en esa casa.

Publicado originalmente el 28 de julio de 2007 en el blog “Cooperativa urbana“. Reproducido con el permiso del autor. Foto: Constanza Valderrama

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